- “Jim, yo necesito comer”. Fueron humildad y cuatro palabras las que le abrieron el camino hasta la presidencia. Pronunciadas en su desamparo, y que por esos raros caminos del azar condujeron, 23 años después, en 1945, a ese suplicante y quebrado comerciante de camisas a la presidencia de los Estados Unidos. Su nombre, Harry S. Truman. Ya adulto, 37 años, fue cuando le pidió a su amigo Jim Pendergast que lo recomendara ante su tío, el cacique Tom, de Missouri, para algún puesto. Este lo patrocinó hasta llevarlo a senador. Luego sería vicepresidente y presidente.
Entiendo la humildad, no como aquel apocado que se cree menos. Traigo la concepción de Emmanuel Levinas, en “Totalidad e Infinito”. La comprensión exacta de que somos seres sociales y nos debemos a los otros, renunciando al ego: “El rostro del otro me ordena y me hace responsable”. Casi que la inteligencia emocional podría reducirse a practicar la humildad, en cuanto exige conocerse a sí mismo y a los demás. Autoanálisis que implica que “cuanto más se perfecciona alguien, resulta más consciente de sus imperfecciones”. Y eso lo hace fuerte.
Entiendo el carácter íntegro como esa disposición de la conciencia que nos ayuda a discernir lo correcto y actuar en concordancia, obstructivas consideraciones aparte. Fortaleza y criterio ante las decisiones difíciles. Según Heráclito, antiguo griego, el carácter es el destino del hombre. Perjudicial que falle en ciertos gobernantes.
Truman tenía sobrada humildad: “Necesito comer”. No deseaba ser vicepresidente, pero las circunstancias lo impusieron. Cuando lo postularon, llamó a su madre para pedirle consejo. “Ahora, pórtate como es debido”, fue su fuerte conminación. Sus colaboradores se asombraban, inclusive su chofer: es un presidente que da las gracias. Otros grandes humildes. Lincoln: “Estoy aquí para aprender y servir, no para imponer”. Gandhi: “Soy un simple hombre tratando de servir a su pueblo”. Mandela: “Soy un hombre común ante circunstancias excepcionales”. Recuerdan a Levinas.
Carácter. Veamos. Truman sostuvo varias posiciones en contra de su partido, el Demócrata: sobre los sindicatos, contra la segregación racial, a favor del reconocimiento del estado de Israel. Lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, su discutida decisión, cierto, pero ahora pienso solo en su carácter: no se escudó en un comité, sino que siempre repitió: “fue mi decisión; soy el único responsable”. Sobre su escritorio estaba este letrero: “Aquí se resuelve el problema”.
Ejemplos de buen discernimiento y de lo que este implica. Comprometido y templado y decidido corazón, allí la humildad, el carácter y la grandeza se asumen como una obligación. Asunción de las encrucijadas hacia su plano de honestidad. Humildad y carácter que se convierten en guardianes de los compromisos morales del alma. La conciencia y la integridad, allí, son fuerzas que acrecientan el ánimo en el combate interior por las decisiones correctas, las del riesgo y la valentía. Como afirmó Levinas: “El infinito no entra en mí, pero sí me llama a través del rostro del otro”.
Domingo F. Sarmiento, argentino y presidente, en “Civilización y Barbarie”, sostuvo que la base del progreso estaba en educar al soberano, o sea al pueblo. Aquí, “soberano” deberíamos entenderlo como educar al presidente en humildad, grandeza y carácter. Y éxito.