Uno. Factor de la creación. En medio de consideraciones sublimes, ciertos textos de interpretación de los maestros judíos -que algunos estiman mitos, pero que yo los juzgo teología poética- consignan el arrepentimiento como factor decisivo en la creación del hombre.
La Ley se presentó llorosa ante Dios, y con lágrimas le pidió que no creara a los hombres. Zóhar I, 4b-5a: “Él pecará y me violará, transgredirá mis mandamientos. ¿Qué será de mí, que soy Tu ley y Tu sabiduría?”. A lo cual el Bendito respondió: no te preocupes, pues he creado el arrepentimiento, que te exaltará, reparará el daño y restablecerá el equilibrio.
Dos. La tacañería lo previene. Aulio Gelio, en “Noches áticas” (I, 3-6), refiere como el gran orador ateniense Demóstenes, viajó a Corinto para pasar una noche con Laide, muy famosa y muy bella cortesana.
Preguntó el precio y al saberlo dio media vuelta y exclamó: no voy a comprar diez mil dracmas de arrepentimiento. Otros aseguran que exclamó: yo no pago tan caro un arrepentimiento. Se adelantó al poeta William Cowper quien sentenció: el placer del sexo pone, fatalmente, el huevo del arrepentimiento. (Aclaro: hoy no funciona ese huevo).
Tres. Arrepentido y premiado. De David, rey a quien se le atribuye la organización política del pueblo judío (1 Samuel, 11, 2-5), se cuenta que paseándose en su terraza vio a Betsabé, mujer de singular belleza, casada con el soldado Urías. La invitó, la embarazó y para solucionar el asunto envió a Urías a la vanguardia de la batalla para que muriera; y así ocurrió.
Confrontado por el profeta Natán, escribió el Salmo 51, al parecer el de la expiación. “Contra ti he pecado… lávame más y más de mi maldad”. Todos le creyeron allá y le creen hoy, menos yo, porque luego desposó a Betsabé, premio a su “remordimiento”, renovados gozos en sus noches; después y en esas, ella le dio como hijo al famoso sabio Salomón.
Cuatro. Arrepentimientos electorales. Son muy singulares y afectan a quienes votaron por un determinado presidente que resulta un fiasco. Un enemigo de sus promesas. Son injustos, porque -gran paradoja- el victimario, que es quien debería arrepentirse, sigue tan campante disfrutando del poder -ese gran placer-, mientras las víctimas arrepentidas -sus votantes- padecen cuatro años.
Otros tres. Si Dios se arrepintió dos veces, una, de haber creado al hombre (Génesis 6:6-7) y otra, de haber elevado a Saúl como rey (1 Samuel, 15:35), ¿por qué no podría un presidente arrepentirse en la mitad de su mandato?
Este, el séptimo, el deseado. Ganaría, porque el arrepentimiento hace más noble la conciencia, corrige el futuro, es camino al perdón, remedio de la culpa, renovado bautismo y preparación para la virtud de la ecuanimidad. Y para la víctima, reparación desde el corazón. Hasta olvidaríamos sus tiempos de mal gobierno. Optaría por el certero título del libro “Arrepentimiento y nuevo nacimiento”, de Max Scheler.
Pienso en una reconciliación de él con él mismo y con sus compatriotas. Lo necesitamos. Quizás con ello modificaría el pasado y recordaría que el arrepentimiento es tan cósmico que hasta garantizó la creación de esta humanidad.