A quien la fortuna le sonrió con la dádiva de una bella madre -y de una madre bella- (“su plegaria es la estrella que dirige mi nave”, nostalgias del poeta), en recuerdo de ella, de la madre, siempre recibirá el hombre el consejo de aquella otra mujer, cercana a su corazón, como un mensaje de amor, de comprensión, de dulzura, de recomendación, que merecerá respeto, atención y gratitud.
La Biblia -que es consagración de arquetipos- trae varios casos de mujeres con el don trascendental del consejo. El Señor había decidido darle muerte a Moisés, y he aquí que Séfora, su esposa, intuyó que se debía a que no había circuncidado a su hijo. Procedió y arrojó el prepucio a los pies de Moisés; y el Señor revocó su sentencia. (Éxodo 4:25. Según la Biblia, las mujeres allá manejaban mejor ese tema del prepucio). Mikal, hija del rey Saúl, se enamoró de David. Aquel le exigió 100 prepucios de Filisteos para permitir el matrimonio. (Vuelve el tema de los prepucios). Le trajo 200 y se casaron. Saúl, celoso de la popularidad creciente de David, resolvió mandarlo matar. Mikal lo presintió y lo obligó a deslizarse por una ventana y huir: “mira que si no lo haces mañana estarás muerto”. (1 Samuel, 19: 11). David, entonces, se fue para el monte como el primer guerrillero de la historia. No trae la Biblia el nombre de la llamada “mujer sabia” de la ciudad de Abel-betmaaca. Se había rebelado Seba contra David. La ciudad sitiada, “entonces una mujer sabia dio voces diciendo, escuchad”. Convenció a los sitiadores y por su consejo sus habitantes depusieron a Seba; y así salvó la ciudad de la destrucción. (2 Samuel, 20: 14).
El más famoso consejo fue el de Teodora, esposa del emperador Justiniano, cuando este decidió huir ante una rebelión en Constantinopla (Año 532). “La púrpura –le dijo ella- es un buen sudario. Es mejor morir como emperador que vivir en la humillación de la huida”. Él le hizo frente al motín y continuó como emperador.
Su estirpe es desde la revelación, porque la mujer recibe mensajes del universo y también sus suspiros. Procedentes de esos estelares altos registros, ángeles le susurran. Comprende por el corazón, porque guarda allí lo que Keats llamó “la santidad de los afectos del corazón”. Educadora de la infancia, como madre que lo ha esculpido conoce el corazón humano. Su femineidad la hace compasiva. Su sensibilidad es conocimiento a través de sus sentimientos. Sensibilidad que es una simpatía que comprende algo que hay en el aire, y que informa, y ella lo capta. Sensibilidad que es el universo reflejándose en el alma de ella, y en su piel, piel y alma creadas por ese mismo universo, su padre en su evolución. Unión en ella de esos tres: universo, alma y piel. Sensibilidad psíquica y sensibilidad para la solidaridad en el consejo. En el caso de las cuatro mujeres referidas, su consejo fue el destino de un pueblo; por eso comprendí que a las mujeres se las haya llamado “las hilanderas del destino”.
Borges: “Alta en la tarde, activa y alabada… La veo en un antiguo crepúsculo… o descifrando el mágico alfabeto/de las estrellas de otras latitudes”. Porque la mujer es más espíritu que el hombre. Evangelio, Juan, 3:8: “El espíritu sopla donde quiere y oyes su voz… Así es quien nace del espíritu”.