En redes, alguien escribió una carta que comenzaba así: “Querido hígado: vienen Navidad y año nuevo. Te ratifico mi estimación así como mi confianza en tu correcto desempeño en esos próximos retos…” Parecería como si tres hígados eminentes de tres insignes personajes hubiesen entendido tal mensaje. Los de Churchill, Ulises Grant y Ataturk, grandes bebedores de alcohol. En los desafíos del alcohol, sus hígados respondieron con decoro; resistieron muy bien sus embestidas para que sus titulares pudieran ejercer, en los subsiguientes años, sus cualidades de servicio y combate.
Hígados en batalla los de esos tres personajes. En su accionar se compendian las propiedades sobresalientes de ese órgano. Si la medicina occidental no le reconoce atributos sicológicos, la sapiencia antioqueña sí. El presbítero Julio C. Jaramillo (“Diccionario de Antioqueñismos”), define: “No tiene hígados, se dice del atrevido o del criminal sin escrúpulos”. La sabiduría china consagra el principio “hun”, en el hígado, propiciatorio de fuerzas síquicas positivas. Néstor Palmetti, médico nutricionista argentino, en su libro “Depuración Corporal”, es tajante: “el hígado es el maestro de la astucia y de la acción”; de la precisión, la rapidez en la decisión; de la claridad, la firmeza, la flexibilidad y la tranquilidad ante los desafíos. Limpia el organismo y lo energiza; su bilis es fuerza torrentosa.
La Real Academia Española, que reconoce lo positivo de la expresión “tener hígado”, la define como “valor, coraje, valentía, arrojo, brío.” Según todo lo anterior, el hígado sería una de las claves del liderazgo audaz. Así lo demostraron los belicosos hígados de esos tres protagonistas.
Uno. Churchill. En 1940 salvó al mundo (quizás lo hizo su hígado) de Hitler, “el hombre más malvado de la historia”. Mientras la bandera nazi ondeaba triunfante en Europa continental, Inglaterra con su coraje mantuvo la resistencia y organizó la coalición vencedora del alemán. Churchill iniciaba su desayuno con Johnnie Walker Red; para la mañana champaña Pol Roger, la que lanzó una edición en su honor, “Cuvée Sir Winston Churchill”; al almuerzo vino Burdeos; sorbos de whisky en la tarde; y para rematar antes de acostarse coñac Hine o Rémy Martin. Buena mezcla de alcoholes elitistas.
Dos. Ulysses Grant. En la guerra civil norteamericana de 1861, frente al sur, Lincoln no encontraba un general que quisiera pelear, hasta que apareció Grant, con buen hígado, le llamaron “el carnicero”. A la acometida y no retrocedía. Cuando a Lincoln le sugirieron que lo relevara pues escanciaba mucho whisky, respondió: Díganme qué marca toman para enviarles varias cajas a mis otros generales. Grant, tal vez gracias a su hígado, después fue elegido presidente.
Tres. Ataturk. Muy bebedor del potente raki turco (50% de alcohol). Militar exitoso en la primera guerra mundial, gobernante, su obra fue faraónica. Modernizó a Turquía. Inmensas reformas políticas y culturales; la emancipación de la mujer (en contraste con los árabes, modelos de gran celosía); cambió el alfabeto y la vestimenta, todo hacia occidente. Después de tanto, murió de cirrosis. De ellos, al pie de las estatuas conmemorativas de sus eficaces combates, deberían figurar esos eminentes órganos, claves en su gran desempeño.