Al comenzar la Liga, nadie en sus cabales imaginaba que Once Caldas estaría a dos victorias de llegar a la final, faltandole dos partidos. Si vence al América este miércoles en Palogrande y al Tolima en Ibagué, obtendrá ese derecho. Depende de sus propios méritos.
Barranquilla siempre fue una buena plaza. En 2009, contra todos los pronósticos, Javier Álvarez ganó el tercer título. En 1983, con goles de Mario Bianchini y Miguel Rada, Once Caldas logró la Copa de la Paz, el torneo semestral que en aquel entonces no daba estrella.
El domingo selló el que quizás sea el triunfo más importante de la temporada, dejando mal herido al Junior y tambaleante a su técnico César Farías. Además, revivió posibilidades que parecían apagarse, rompió una racha de ocho juegos sin triunfo y abrió la expectativa de llenar mañana el estadio para recibir a los rojos de Cali.
Tras un desabrido primer tiempo, Once Caldas se fue perdedor al vestuario por la anotación de Carlos Bacca. Adentro hubo regaño que surtió efecto, según dijo Hernán Darío Herrera en la rueda de prensa. La motivación fue distinta y funcionó la variante cantada de Arteaga por Beltrán, quien entró inspirado, despierto y concentrado, cambiándole la cara al equipo.
Destacable también lo de Michael Barrios, la mejoría de Dayro y el buen funcionamiento de los defensores centrales: el profesionalismo de Jorge Cardona, superándose cada día al lado del voluntarioso y limitado Jéider Riquett, han convertido una debilidad en fortaleza. Y ni hablar de James Aguirre, impresionante con su carisma, y otra vez inmenso en los penaltis.
Fue un segundo período soñado. Once Caldas aprovechó el hombre de más por la expulsión de Zalazar, desconectó al Junior obligándolo a sustituir a sus figuras, y con las anotaciones de Dayro, una joya maestra en tres toques, y de Beltrán, en otra maravillosa acción por la concepción y ejecución, pasó de dominado a dominador y de derrotado a vencedor, para traerse tres puntos de oro puro.
Este Once es una locura. A lo largo del campeonato perdió a Sergio Palacios, a Robert Mejía y a Mateo García. Sus zagueros son propensos a las lesiones, sus volantes de primera línea poco saben de salir jugando, los creativos son irregulares y su goleador, ad portas del retiro, pasa largas jornadas sin anotar.
Todos sabemos de su nómina corta afectada por las ausencias obligadas, y aun así tiene patrón de juego definido, que en ocasiones falla por las individualidades, pero responde por su aplicación y trabajo de semana, que se notan.
Además, el grupo como tal es una de sus grandes virtudes. La unión y la solidaridad hacen parte del proyecto y las hacen sentir. La celebración en el Metropolitano, haciendo un círculo al final demuestra lo que un plantel comprometido es capaz de conseguir.
Es un equipo que, con todo y bajas, tiene opción de llegar a la final si la suerte le sonríe, explotando ese ambiente fraternal que es fundamental, con reconocimiento a los jugadores por su entrega y al cuerpo técnico por su labor, así sus últimas decisiones se controviertan.
Está Once Caldas a un paso de otra final. No será fácil, son dos partidos a muerte contra América y Tolima en un plan muy distinto al que se tenía en mente. Sí se puede, imagínense, si no, campañota, y gracias, dieron más de lo que se esperaba.
Hasta la próxima...