La celebración del Día Mundial del Sueño siempre me sorprende echándome un motoso.
Ojalá la próxima efeméride, el 14 de marzo, la anuncien recordando que “estamos hechos de la misma tela de nuestros sueños”, como dicen que dijo Shakespeare.
También pueden invocar un elocuente adagio latino: Dormir es necesario, vivir no.
Merece más publicidad una somnífera actividad que alguna vez hizo las veces de periódico o internet. Del sueño se valía Dios para dar las grandes noticias.
Cuando se aburrió de hablar solo, creó a Adán. Y para buscarle compañía -y mantenerlo callado- le deparó el sueño. Adán despertó y de una se encontró en la soledad de Eva en compañía.
Fue a través del sueño que el Ángel le anunció a María que sería mamá sin prosaica intervención foránea. Cuando Jesús resucitó a Lázaro, primero aclaró que no había muerto, sino que estaba haciendo el papel de bello durmiente.
La muerte, diría Perogrullo, es una forma del sueño. Ambos -sueño y muerte- se complementan, no se pisan las mangueras. Dormir es una forzosa primaria a través de la cual nos vamos acostumbrando a la muerte. Cuando ésta venga, no nos tomará por sorpresa.
Es el mejor invento que ha habido. Inclusive, por encima de la mujer, que es el segundo, con el perdón de ellas. Y, de lejos, el mayor regalo que ha recibido el homo sapiens desde siempre.
El día, la vida misma, se justifican por la existencia del sueño.
Estar vivos toda la vida, sería tan jarto como estar muertos para siempre. Lo mismo sucede con el sueño: nada sería más traumático que estar siempre despiertos.
Los especialistas consideran que lo normal es dormir entre 6 y 8 horas diarias. Según estadísticas, el 21% de la población colombiana padece de insomnio.
Hay sueños minúsculos: se llaman siestas -mitacas oníricas- y son pequeñas muertes ficticias.
El sueño es un híbrido de siquiatra y cirujano plástico. Dormir equivale a ahorrar plata en estos distinguidos profesionales del bisturí síquico y clínico. A veces el sueño nos regresa a la realidad con bríos renovados.
Con optimismo desbordado. También nos aterriza en la cotidianidad con angustia existencial, escépticos, creyentes, o ateos gracias a Dios.
“El sueño es un tratamiento de belleza”, se lee en el Gran Gatsby. Dormidos, se resetea el cerebro, para decirlo en lenguaje de computador.
Los especialistas aseguran que parte de la información diaria se borra en ese estado. Otra se conserva. Entre las dos forman el inconsciente.
Freud y sucesores se especializaron en descifrar el pasado en nuestros sueños, con la misma facilidad con que las gitanas leen el futuro en nuestra mano.
El mejor consejero ha sido el sueño. Hay que dejarlo trabajar tranquilo. Además, no cobra usurero IVA. Que no se entere el ministro de Hacienda de turno, porque le meten la mano al dril de nuestros ronquidos.
Dulces sueños, como decía Hitchcock, al despedir sus películas de suspenso.