Casi levito viendo las imágenes en las que lugareños de Versalles, corregimiento de Santa Bárbara, le ayudaban a recuperar los aguacates al conductor de un camión que se volcó.
A la samaritana labor se sumaron otros conductores solidarios.
Amo a Versalles como a los zapatos viejos, porque en sus predios abrí por primera vez los ojos a la vida. Los abrí como si me fueran a echar gotas.
En el volcamiento del camión no se perdió un solo “persea gratissima Goerin”, como llama a la fruta el presbítero Eugenio Arias Alzate, médico homeópata, en su biblia “Plantas medicinales”.
Según el ensotanado científico, el aguacate es rico en grasas, proteínas y vitaminas A, B2, C y G4.
Una radiante abuela primeriza contaba que cuando vio por primera vez a su nieta en una ecografía, tenía el tamaño de un aguacate Haas. De esta variedad, entre otras, era la carga que se volcó.
Casualmente, los mejores aguacates que me he engullido en este acabadero de ropa llamado tierra, se producen entre Montebello y Santa Bárbara.
En Montebello se celebran las fiestas del aguacate; además, una vereda lleva el nombre del afrodisíaco.
Por más nobel que sea, se equivoca García Márquez cuando asegura que los aguacates “más apetitosos del país”, se dan en la Sierra Nevada.
En vida le pedí que rectificara el infundio, pero me castigó con el policía del silencio.
Supongo que centenares de esos aguacates sobrevivientes llegaron a manos de los jíbaros o proveedores de aguacates para la liturgia del almuerzo en múltiples esquinas de la Bella Villa.
Creo que de esos les he comprado a mis proveedores, Isolina y don Chucho, en Belén.
Un uso más prosaico tiene el aguacate, pues se utiliza para marcar ropa. Lo sabemos quienes estudiamos internos.
La marcación evitaba que los calzoncillos de Castaño, Arango o Velásquez, bordados a mano, se confundieran con los de Tobón, Vásquez o Domínguez, marcados con proletaria pepa de aguacate.
Luis Lalinde Botero, en su “Diccionario jilosófico del paisa”, responsabiliza a esta laurácea de decenas de embarazos. Según el publicista y columnista “su carne es delicadamente amarilla, mantecosa y con sabor a pecado venial”.
El diccionario de la Real Academia admite la voz aguacate como sinónimo de flojo, poca lucha, de esos que tienen la pereza por almohada.
El compositor ecuatoriano César Guerrero le puso el nombre de “El aguacate” a un bambuco que compuso.
Todo porque una pepa arrojada por su pequeño hijo cayó encima del piano donde interpretaba la obra.
La letra del bambuco jamás menciona la voz aguacate. Sospecho que por esa canción, aguacate es sinónimo de enamorado en algunas partes.
Con estas líneas solo quería agradecer y felicitar a quienes ayudaron a que no se perdieran aguacates en esa acuarela llamada Versalles.