Hay más alharaca  el Día del Peluquero, del Jugador de tejo, del Maestro o del Periodista, que el Día del Médico, el 3 de diciembre. Practican el verbo servir y se olvidan del resto. Es la ética y estética de su destino.

Vayan felicitaciones estruendosas y agradecimientos por cuidar de nuestras carnitas y huesitos. Lo digo desde mi feliz condición de millonario en salud y en tiempo libre. Esa es la verdadera riqueza, según Gonzalo Restrepo, exmandamás del Éxito.

Lamento no haberles dejado demasiados vales como activista de la prepagada y de la EPS. Bueno, procuro no hacerles perder el tiempo. He tenido tan buena suerte que no tendré más remedio que morirme de puro aliviado. (Bueno, me operaron de cáncer, pero los dos médicos que me dieron la mano, encabezados por el dr. Escándón, de la clínica Reina Sofía de Bogotá, sacaron a mi nada dulce enemigo a bisturí ventiao. No me repitió).

El médico está al principio de la vida con el obstetra, o con “manos brujas”, la comadrona, en mi caso. En casa los nueve hijos nacimos por esa vía.  Al final de la travesía, al galeno lo define la lotería del azar: Dime qué achaques tienes y te diré qué médico necesitas.

Muchos cumplen a rajatabla aquello de que el buen médico acompaña a sus pacientes hasta la tumba. A veces me alivio con solo ver las paredes de los consultorios ametralladas de diplomas. Si es en otro idioma, me alivio más rápido todavía. Arribista que es uno.

Valencia es el apellido del primer médico que retiene mi disco duro. Cuando Valencia llegaba a casa de Aranjuez era día de fiesta. Lucía corbata, gafas, era solemne, misterioso, sabio, lento, amable siempre, con sonrisa beatífica; era como si llegara el papa de Roma.

Ese día en casa nos ponían la pinta de pontificar previo baño con jabón de tierra y expurgada de mechas para que no fuera a saltar ningún intruso.  Valencia irrumpía cuando fracasaban los menjurjes caseros. ¿Que no hicieron efecto las yerbas, el mentolín, el mejoral, el alcohol, las babas maternas con sal? Llamen a Valencia. (Su hijo tomó la posta con idéntica entrega).

De un bolso diminuto, como de actriz del cine porno sacaba artefactos para nosotros exóticos. Tales cachivaches le decían cómo andaba la muchachada de las lombrices y otros bichos proletarios.

Ese bolso me recuerda al del médico Cameron, protagonista de la novela “Las aventuras del maletín negro”, de A.J. Cronin. Cameron les agradecía a los pacientes el privilegio de que le confiaran sus achaques.

Llega el instante en que vamos más al consultorio que al bar. Envejecer es cambiar de médicos. Son las implacables reglas de juego.