El match por el mundial de ajedrez que disputaron por primera vez dos asiáticos en Singapur fue el plato fuerte de los trebejistas que en el mundo somos. El chino Liren, actual campeón, de 32 años, y Gukesh D, de la India, paisano del que inventó el juego, de 18 años, jugaron 14 partidas. Empataban al cabo de las siete primeras. De triunfar, Gukesh sería el campeón más joven desde que el mundo es mundo.

Desde 1972 cuando se enfrentaron por el título el soviético Boris Spassky y el gringo Bobby Fischer, se acabó la pendejada de jugar por amor al arte. Al final del camino, el dueto se repartiría dos millones y medio de verdes. Adiós problemas de chequera.

El ingrediente político que se le adicionó en ese momento desató una fiebre a cuarenta por el ajedrez. Invocando razones de estado (?¡) Moscú y Washington ordenaron a sus jugadores triturar al contrario.

El alboroto que se formó en Colombia fue tal que el maestro Boris de Greiff transmitió las partidas por Caracol; Emilio Caro, por RCN, y este pecho por Todelar.

El modus operandi era simple: Como si se tratara de dar la noticia de que el mundo se iba a acabar, interrumpíamos la programación para dar la buena nueva de las jugadas que se hacían en una ciudad con un nombre lleno de consonantes: Reykjavik, Islandia.

Transmitir por radio una partida de ajedrez es tan emocionante como transmitir un bostezo. En esta materia había un antecedente. En 1927 el fundador y director de El Tiempo, el manizaleño Alfonso Villegas, ordenó publicar en primera página todas las partidas del match por el título que el alemán Alekine y el cubano Capablanca disputaron en Buenos Aires. Su majestad el teletipo, convertido hoy en pieza de museo, hacía de correveidile y traía las jugadas.

Pa’ viejo, el ajedrez. Este deporte se practica hace más de dos mil años. Reto al encopetado “bobo sapiens” de la era digital con todo y su Inteligencia Artificial, a inventar un juego más eterno. Nos vemos en 2.500 años… si finalmente la reencarnación no me la dan en plata como se lo he propuesto al que pierde su tiempo fabricando estrellas.

Hay derrotas que mejoran currículos. Perdí contra Spassky la vez que jugué contra él. Me mandó a las duchas en 28 jugadas. Ese día jugó simultáneas contra 30 tableros. Le coroné autógrafo. También le sonsaqué la bancaria a otro excampeón, Garry Gasparov, la veintiúnica vez que nos visitó, ya retirado del ajedrez competitivo. Sin confirmar sí lo digo: iba a dar unas simultáneas, pero escurrió el bulto cuando supo que entre sus rivales estaría el hijo de Luis y Genoveva.

Si con estas líneas logro interesar a un solo aficionado a encarretarse en lo que pasó en Singapur, yo bajaré tranquilo al barrio de los acostados. “Y el día esté lejano”, claro.