En plena guerra mundial, la alemana Irmgard Frobenius, simplemente Irma, de familia protestante, le dio la vuelta a medio mundo en 81 días para encontrarse con su prometido Wolfang Guggenberger, Antonio, católico de amarrar en el dedo gordo.
Pronto se dieron cuenta de que el uno era la aspirina Bayer del otro. Ella tenía tiernos 20 años. Él le llevaba seis abriles.
Se conocieron en el parque Jardín Inglés de Munich en junio de 1935. Cupido que poco saca vacaciones se encargó del resto. Los tortolitos jamás se separarían.
Ella hacía una licenciatura en economía doméstica en Munich. Su traga bávara estudiaba para ejercer como maestro cervecero. Desde agosto de 1936 su diploma colgaba en la pared.
Había un problema: el recién graduado no tenía donde ejercer su oficio por su divorcio total con el nacional socialismo gobernante. Entonces jugó su futuro laboral al azar y se lo ganó Cervecería Bavaria, de Bogotá, que lo contrató.
¿Qué hacer con tanto amor en circunstancias hostiles?, se preguntaron Irma y Antonio. La solución la envidiaría el rey Salomón: Él se vendría a levantar la papita en un país desconocido. Luego mandaría por su bella y audaz valkiria. También en el amor la fortuna ayuda a los audaces.
“Se separaron como dos extraños cuando toda la sangre los unía”, para decirlo con Robledo Ortiz.
Pero a ese amor que se les salía de las manos había que ponerle esposas, amarrarlo. Entonces se comprometieron en “mártirmonio” en una notaría de Munich.
El siguiente paso era el más difícil cuentan los manizaleños Ilse, ocho veces campeona nacional de ajedrez, y Otto, gerente general de OGF, los dos hijos de la pareja que me han compartido esta historia de no te lo puedo creer: presentar el novio católico a unos suegros protestantes. En la familia había varios pastores. Menos mal, la suerte estaba echada.
El abuelo Karl Frobenius puso cara de jugador de póquer cuando Antonio le notificó que iba “a” por toda Irmgard, la niña de sus ojos.
Al día siguiente del tenso encuentro, Antonio emprendió el viaje a Colombia desde Hamburgo. En marzo de 1939 se bronceaba al sol de Barranquilla, cargado de ilusiones, listo a hacer valer su diploma de maestro cervecero.
¿Y la frágil teutona? Con su equipaje de mano y dos románticos baúles, en mayo de 1940 inició un primer viaje a Colombia para casarse con el amor de todas sus vidas. Sus pasos la llevaron inicialmente a Génova, Italia.
Pero el hombre propone y la guerra dispone. En vísperas del viaje a Colombia, la Italia del inameno Mussolini entró en guerra, aliada con la Alemania nazi. “Lo que los aliados llamaron la puñada por la espalda”, comenta Otto.
Irma, en una época llamada Clarita, tuvo que regresar a su base. Perdía una batalla pero ganaría la guerra del amor.