El 27 de noviembre del año 1922 la noticia fue divulgada al mundo. Había ocurrido un hecho de importancia arqueológica e histórica de primera magnitud. El día anterior, el arqueólogo británico Heward Carter, de 49 años de edad, había realizado un hallazgo luminoso. Era el jefe de la expedición británica al valle de los reyes egipcios, con su atractivo de la esfinge de Gizeh y las pirámides que guardaban secretos de la era Faraónica Egipcia en la época de su apogeo.
Hacía poco había encontrado en uno de los mausoleos la tumba de Ramsés II y notó que de allí salía una escalera de 16 peldaños, nunca antes comentada. Con emoción subió la escalera que le condujo a una puerta sellada; al abrirla, encontró una sala llena de tesoros, estatuillas, signos y vestimentas de alta belleza. Encontró la tumba con el cuerpo momificado de Tutankamon, faraón de la 18 dinastía asesinado a los 19 años; durante 33 siglos había permanecido esa tumba en el silencio del tiempo.
Ha sido declarado el tesoro más vistoso entre otras 25 tumbas encontradas años atrás en las intensas búsquedas arqueológicas. Carter estaba feliz, había visto lo sospechado y era él protagonista principal de un hito histórico y sólido.
Esa labor de Carter me lleva a pensar que muchas cosas que deseamos no llegan a realizarse por falta de esfuerzo, diseño, búsqueda, trabajo, sudor, empeño y perseverancia; tan pronto no conseguimos éxito dejamos lo empezado, apagamos el ánimo, renunciamos a la valentía de superar obstáculos, errores, dificultades; olvidamos que vivir consiste más en superar obstáculos que en celebrar triunfos, el triunfo está después de superar tropiezos.
Prontos a empezar el tiempo de Adviento me parece también que la esperanza tiene un papel primario, que la osadía regala superaciones; me impresiona que Carter llega a descubrir el tesoro buscado al seguir la escalera encontrada; me parece comparable al sueño de la escalinata de Jacob, narrado en el Génesis bíblico.
Jacob sueña con una escalinata que sube y baja de la tierra al cielo y entiende que el ser humano discurre entre los límites de la tierra y el cielo, de lo diario y lo eterno, del dar y recibir; por ello despierta diciendo: “Es cierto, el Señor estaba aquí y yo no lo sabía”. Adviento es tiempo de apertura, de saber buscar en Jesús de Nazaret los tesoros de una vida bella y mejor. Así sea.