La chica recién viuda decía a sus amistades que su marido, y su madre también fallecida, la acompañaban en cada cena. “Pues mi madre me da de comer y mi esposo me da de beber, y así el diálogo vital no ha terminado con quienes amo”.

La inquietud era grande en sus allegados, ¿cómo era posible aquello, estaba su amiga mal de sus sentidos o era visionaria? El día llegó para aclarar dudas. Algunos pudieron acompañarla en una cena en casa; todo listo y trajeron la vajilla para el caso.

Ella sirvió en un plato algo de comer y en un vaso algo de beber, y expresó: “Este plato y este vaso han sido hechos con las cenizas de mi madre y mi esposo y por eso digo que mi madre me ofrece de comer y mi esposo de beber...”. Macabro proceder, pensaron todos.

Esta escena real me adentra en la realidad que hoy celebra el mundo católico: el Miércoles de Ceniza que da comienzo a la Cuaresma, memoria y vivencia actual de los 40 días que Jesús pasó en el desierto en silencio, ayuno y oración; realidad vivida también por Moisés, Elías y el pueblo de Israel que duró 40 años de salida de Egipto hacia la tierra de libertad.

Es todo un itinerario de conversión, de salida de nuestras cadenas, equivocaciones, pecados, errores y esclavitudes que nos van enredando el caminar, oscureciendo el horizonte, volviendo resbaloso el camino emprendido.

Creo que lo experimentado por el sabio, científico y religioso Blas Pascal es válido para todos. Él, tras sus búsquedas sinceras, anotó: “Es necesario conocer a Dios y la propia miseria. Jesucristo es el Redentor de toda miseria personal y social”.

Todo parte de la existencia que se experimenta como frágil, limitada, débil, a pesar de ser a la vez fuerte, hermosa y progresiva; por ello la sabiduría bíblica habla del ser humano como “polvo y ceniza”, lo que explica por qué desde el Antiguo Testamento se usaba acostarse entre saco y ceniza para expresar que se estaba en precariedad y se esperaba una ayuda. 

Es el deseo de cambio, de conversión, lo que da sentido al gesto de la ceniza.

Hoy muchos reciben en su frente la cruz con la ceniza, recordando lo que señala Ezequiel 9,4: "pasa por la ciudad y marca una cruz en la frente de los seres humanos que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en ella”.

Es un rito sencillo que llama a la esperanza, al avance de la vida, a la Pascua.