Las relaciones internacionales han cambiado. De lo que se conocía como diplomacia, esa manera de solucionar las diferencias de manera dialogada y con acuerdos sobre los mínimos, en reuniones privadas, lejos de los micrófonos para no generar daño, poco queda. La segunda llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha potenciado un estilo de franqueza que para muchos es una forma grosera frente a los otros. Porque cuando insulta a un gobernante, cuando expresa que tal país debería ser una estrella más en su bandera o que se apoderará de otro a cualquier precio, no solo está rompiendo una tradición de civilidad y el derecho de gentes, sino que echa por la borda posibilidades de aproximación con el otro.
Bien escribe el filósofo de estos tiempos Byung-Chul Han que “la sociedad de la transparencia va de la mano de la pospolítica“, en la que se impone no la verdad ni mucho menos el bien común, sino la opinión, un Estado donde se actúa como piensa el gobernante de turno. Las declaraciones diarias de Trump son a veces aterradoras, en las más de las veces desproporcionadas y emitidas con el fin de gustarles a sus electores, rayando en un chovinismo que le tiene que preocupar a todo demócrata. Hace parecer el hasta ahora modelo de democracia en el mundo a una república bananera de la más chabacana de las estirpes.
La encerrona que intentó ante los micrófonos contra Volodimir Zelenski terminó en un enfrentamiento que puede cambiar el futuro de la invasión rusa. El pragmatismo de Trump de querer imponer su posición sin tener en cuenta el consenso llevó a Europa a cerrar filas en favor de Ucrania y a asegurar el incremento del gasto militar, consciente como está de que mientras Putin siga siendo el presidente de Rusia, la seguridad de la Unión y otros países está en riesgo. Hay un Estado invasor y uno invadido, algo que parece no hacerle mella a la idea de Trump de que Ucrania ceda el territorio perdido y además le entregue a Estados Unidos la explotación de las tierras raras, riqueza de ese país. Todo reducido a transacciones y ventajas. Se suma la guerra arancelaria que empieza a desatar y que ha generado reacciones de sus principales socios no solo los norteamericanos, sino de China. Son decisiones que han hecho perder millones de dólares cada día a empresas estadounidenses.
Trump II es un hombre más atrevido, más confiado en sus decisiones polémicas, más consciente de que debe rodearse de fieles lacayos que no se atrevan a contradecirlo, porque en el primer mandato fueron los segundos los que evitaron una debacle para las relaciones internacionales, organizando por debajo de la mesa los entuertos que su jefe armaba en los micrófonos en sus redes sociales. Sin embargo, si sigue por la senda mostrada en sus primeros días de Gobierno, el mundo tiene que estar preparado para consecuencias imprevisibles, incluida la de un retroceso en el respeto por los derechos humanos, en la globalización económica y un retorno al más vertical de los imperialismos. Una lástima, porque el mal ejemplo cunde, ya lo sabemos.
