El tratado de libre comercio (TLC) que Colombia tiene firmado con Estados Unidos cumple 13 años en mayo y establece compromisos para promover el comercio sin aranceles entre los dos países. Hoy es el socio comercial más importante, y contemplar terminarlo sin tener otra opción asegurada sería fatal. Es absurdo decir que un país es perdedor o ganador en el comercio bilateral porque le exporta menos o más al otro país. Es la misma versión mercantilista que está usando Trump para imponer aranceles a sus socios comerciales con quien tiene un déficit. El comercio internacional se debe analizar como un todo, con el análisis de la balanza de pagos.
Mantener esta relación es de suma importancia para Colombia como mercado de exportación de café, flores, aguacate, petróleo, oro, y otros productos manufactureros como ventanería de aluminio y transformadores que van por muy buen camino; de los que dependen miles de empresarios y trabajadores. De Estados Unidos se importan maquinarias, químicos, equipos médicos y medicamentos y muchos otros insumos para mantener funcionando el aparato productivo. Una frase que lo explica la dijo el presidente de Analdex, Javier Díaz: “El 30% de lo que nosotros le vendemos al mundo lo paga Estados Unidos”.
Por eso son tan provocadoras las declaraciones del presidente, Gustavo Petro: “Si a Trump se le ocurre acabar el TLC, yo lo aplaudo”. El presidente sigue incitando a la disputa aún sin haber transcurrido siquiera un mes, desde el 26 de enero cuando con un solo mensaje de X escrito al amanecer puso en riesgo esta relación económica ante un Trump que amenazó con la imposición de aranceles y puso en marcha una agresiva deportación de indocumentados que no fueron devueltos en las mejores condiciones. Por fortuna hubo funcionarios y colombianos que apagaron lo que fue un incendio diplomático; corto, pero bastante riesgoso.
Ningún tratado es perfecto y quizás haya cosas por mejorar a través de la labor diplomática. Lo que no puede haber es lugar a confusiones, porque Colombia no ha hecho la tarea, pero sí se le atribuye toda la culpa al TLC. El caso de los lactosueros es claro: el problema no es su importación, al ser muy útiles en la alimentación de los cerdos; lo grave es que unas empresas procesadoras de leche lo mezclen con la leche y la Superintendencia de Industria y Comercio se haya demorado años en investigarlo. Y el lío no es importar maíz. El problema es que la productividad en Colombia es la mitad de la de EE. UU., y en los años de transición del TLC no se haya hecho nada para mejorarla.
El sueño del presidente de producir maíz no debe hacerse vía aranceles. Eso encarecería de inmediato la producción de pollo y cerdo que son las proteínas animales más baratas en el mercado que consumen las familias. Se debe buscar es mayor productividad en la producción de maíz y así naturalmente sustituir importaciones sin afectar a la industria avícola y porcícola y a los consumidores. El presidente no puede desconocer que muchos sectores productivos en Colombia se benefician de este TLC y que si desaparece aumentaría el desempleo, habría más inflación, entre otros fenómenos lesivos para la economía del país.
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