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El reciente anuncio de un diálogo entre Estados Unidos y Rusia, que excluye a Ucrania y a Europa, no solo ha dejado a muchos boquiabiertos, sino que ha puesto en peligro el principio fundamental de solidaridad en la OTAN. Este acto unilateral de Estados Unidos puede interpretarse como un desplante a sus aliados europeos, que hasta ahora han mostrado una postura firme y unida en apoyo a Ucrania frente a la agresión rusa. De hecho, el anuncio del vicepresidente J.D. Vance en la cumbre de la organización en Munich, obligó a los líderes europeos a una reunión de emergencia convocada por Emanuel Macron en París.
Estados Unidos, en su rol histórico de “cowboy” del mundo, parece estar imponiendo su fuerza sin considerar las repercusiones diplomáticas y geopolíticas que esta acción pueda tener. En lugar de buscar una solución coordinada y conjunta con sus aliados de la OTAN, este movimiento podría socavar la confianza y la unidad dentro de la alianza. La estrategia de actuar por cuenta propia puede ser vista como un acto de arrogancia, que lleva a los tiempos en que el poder militar y la imposición eran la norma para resolver conflictos internacionales. Esto no es nuevo, pues la Administración Trump I anduvo caminos muy parecidos. De hecho, parte de los cambios en la geopolítica mundial empezaron con su primer mandato.
La exclusión de los europeos de estas importantes conversaciones con Rusia podría abrir brechas entre los países del continente, debilitando la cohesión que tanto esfuerzo ha costado construir. Además, podría generar descontento y desconfianza entre los miembros de la OTAN, cuestionando su compromiso con la seguridad y la defensa colectiva. Como si fuera poco, el interés mostrado por el Gobierno estadounidense por lograr un acuerdo por la explotación de las tierras raras en Ucrania, también deja cierto tufillo de utilitarismo, cuando la guerra en Ucrania se había defendido desde Occidente como un asunto de principios.
No es menos preocupante el impacto interno en los países europeos. Esta falta de consideración de Estados Unidos podría desencadenar una ola de sentimiento nacionalista y un giro hacia la derecha en la política europea, partidos que podrían aprovechar para ganar apoyo, argumentando que la seguridad y los intereses nacionales no pueden depender de alianzas que no son respetadas por sus principales miembros, bandera que ya se está batiendo en la ultraderecha alemana, donde se realizarán elecciones el próximo fin de semana. Esta realidad y la postura de Estados Unidos son terreno fértil para la polarización y el resurgimiento de movimientos populistas que buscan fragmentar más la ya compleja dinámica europea.

Por todo lo anterior, hay que decir que la incertidumbre reina en este momento y que Europa empieza a pensar en un futuro sin su aliado más poderoso desde la Segunda Guerra Mundial. El diálogo entre Estados Unidos y Rusia, sin la inclusión de Ucrania y Europa, no solo pone en peligro la solidaridad de la OTAN, también amenaza con desestabilizar el equilibrio político en Europa. Es imperativo que los líderes europeos levanten la voz y exijan un lugar en la mesa de negociaciones, reafirmando que la unidad y la solidaridad no son solo palabras, sino principios fundamentales que deben ser defendidos con firmeza y determinación. Razón tiene Polonia cuando levanta la voz y advierte del peligro que sigue representando Vladimir Putin para todo el continente. Los hechos han demostrado que el líder ruso no es confiable.