Alemania votó el pasado domingo para cambiar sus actuales gobernantes. Más allá de los resultados, la realidad es que del proceso que se cumplió hay lecciones de las que toda democracia en apuros, como la nuestra, puede aprender. Veamos algunas de estas enseñanzas. Aunque la República Federal de Alemania tiene apenas unos cuantos años y de alguna manera se ha construido sobre los errores de su pasado, como lo fueron las dos grandes guerras, ha progresado muchísimo más que democracias como las latinoamericanas, que parecen seguir en pañales.
Por supuesto que debemos entender las diferencias que nos distancian, pero no por ello debemos pasar por alto que en ese país también hay muchos puntos que podrían perfectamente aplicarse a nosotros para tener una mejor nación, más deliberante y mejor liderada. Alemania es federal y se gobierna por un régimen parlamentario, nosotros seguimos siendo muy centralistas, a pesar de lo que diga la Constitución, y con un régimen presidencial fuerte.
Durante los últimos tres años gobernó el partido social demócrata y pasaron demasiadas cosas dentro de ese país, en Europa y en la geopolítica mundial, incluido el regreso de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. Olaf Scholz anunció ya su retiro de la política y de las negociaciones para llegar a una gran coalición entre su partido y el ganador de las elecciones el Partido Demócrata Cristiano, Friedrich Merz, el mismo de la excanciller Ángela Merkel, de Helmut Khol y de Konrad Adenauer.
Las acusaciones de ida y vuelta entre los líderes de estos partidos, sus fuertes controversias no impedirán que puedan llegar al consenso que necesita Europa, para que gobiernen de la mano, como lo hicieron en tres de los cuatro periodos de Merkel, cuando se requiere una Alemania unida para contener la ultraderecha, hoy segunda fuerza electoral en ese país, y los embates anticomunitarios de Donald Trump, que se muestra más amigo de regímenes totalitarios que de democracias vigorosas.
Que eso es incoherencia replican los profetas del diluvio y los amigos de los extremismos, sin darse cuenta de que en Alemania los acuerdos se dan por encima de la mesa, con base en mínimos comunes, en líneas rojas que no se deben cruzar y con total franqueza ante los electores. Porque hacer política es llegar a consensos en favor de los gobernados, no de los dirigentes. Y esa es otra gran lección, la posibilidad de contar con partidos políticos fortalecidos, con un sistema que castiga la atomización y obliga también a claridad en los movimientos, para que los electores sepan a qué atenerse.
El nada sorpresivo ascenso del partido autodenominado AfD, que logró el 20% de los votos con una alta participación de la juventud y del Este, lleva a preocupaciones con asidero, en un país donde la extrema derecha llevó su causa a una Guerra con por lo menos 60 millones de muertos. Transar con este partido es una de esas líneas rojas que no están dispuestos a cruzar los demás, como acaba de pasar en Austria, donde los minoritarios juntos cerraron filas contra las mayorías extremistas. Son muchas más las lecciones de la democracia alemana, que tiene una oportunidad de mostrarle al mundo que los populismos autoritarios son un peligro para todos. Confiamos en que así sea.
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