En aviones militares y encadenados transportaron a los migrantes para su posterior deportación.

Foto | Efe | LA PATRIA

En aviones militares y encadenados transportaron a los migrantes para su posterior deportación.

Cinco miembros de una familia manizaleña que buscaban huirle a la violencia en Colombia, terminaron resignados y prometieron no volver a pisar tierra estadounidense, aunque uno de ellos ahora está detenido en una cárcel norteamericana.

Fueron dos semanas de una odisea llena de amenazas, desvelos, armas de fuego, peligros y largas travesías en camiones. Aguantaron hambre en el lado mexicano y en el gringo.

El político que en su discurso de posesión prometió ser el salvador del mundo, se terminó convirtiendo en el artífice de la peor pesadilla que padecieron estas personas. Hoy, Donald Trump es motivo de su tristeza y enojo.

 

Coyotes y narcos, un maltrato prolongado

Seis meses estuvieron esperando la cita para solicitar el asilo en Estados Unidos, pero esta nunca llegó. El plan era cruzar la frontera y entregarse a las autoridades del otro lado, con el fin de que les permitieran quedarse.

Así tuvieron que contactar a los coyotes, quienes trabajan para los carteles. O es eso, o terminar secuestrados o muertos. Una vez le pagaron al traficante, este sujeto los transportó a mediados den enero de Ciudad de México a Monterrey, en una tractomula.

Tuvieron que aguantar 15 horas de trayecto encerrados, sin luz, sin poder dormir por miedo, no recibieron bocado durante 24 horas y sus necesidades debían hacerlas en un balde. A ellos les tocó solos, pero otros viajan en grupos de hasta 20 personas.

De allí los obligaron a pasar a otra mula con rapidez, no alcanzaron a bajar la mayoría de sus pertenencias y los llevaron a un hotel maloloroso en donde había unas 50 personas, todas migrantes. Tuvieron que tirarse en el suelo, pidieron comida y sus súplicas cayeron en oídos sordos.

Ante su rabia, el encargado del cartel en el lugar los intimidó, y al final accedió a comprar algo de comer, con dinero de sus víctimas. Al otro día los llevaron a la frontera, a una vivienda llena de hombres fuertemente armados, les tomaron fotos y les negaron la comida.

En la noche, a hurtadillas, llegaron a orillas de un río y en un colchón los pasaron al otro lado, en Laredo (Estados Unidos). Desde allí quedaron a su suerte, tuvieron que caminar hasta dar con la guardia costera y se entregaron.

 

Cuartos fríos y comida congelada, parte de la tortura

Ya les habían dicho que con Joe Biden las cosas eran más sencillas, los identificaban, les tomaban fotos y quedaban libres a la espera de que solucionaran su situación. Pero con la posesión de Trump, todo cambió.

Eran unos parias. Los trasladaron a un sitio de detención en donde los dividieron por grupos, terminaron separados y solo les daban 30 minutos en la mañana, y otros 30 en la tarde para verse.

Los guardias les gritaban todo el tiempo, los obligaban a marchar con manos atrás y mirada al frente. Quien osara mirar para un lado era objeto de insultos y de amenazas. Solo les permitían bañarse cada 4 o 5 días, en la madrugada, sin derecho a cambiarse la ropa.

El trato con los niños era igual de humillante. No tenían alimentación diferente y si lloraban, llegaban las palabras soeces de los guardias. Tampoco gozaban de alguna manera de distracción, solo un televisor en el que repetían películas en inglés. Pedirles que cambiaran el idioma era como un insulto.

La mayoría de los detenidos eran de Cuba. También había de Honduras, Guatemala, Colombia, México, África y Rusia. Dentro de sus cuartos podían hablar, pero afuera no podían ni hacer señas.

Recordaron el blanco de las paredes, de los barrotes, de las luces que abundaban y perturbaban el sueño, pero sobre todo, el inclemente frío del aire acondicionado prendido durante las 24 horas, en pleno invierno. "Jugaban con la mente de uno".

 

Regreso a Colombia y fin de una pesadilla

El pasado miércoles, un guardia llegó y los obligó a recoger lo que tenían, pero no les permitió coger su comida. Los encadenaron de pies, manos y abdomen y los subieron a unos buses con rejas y los trasladaron en un ruidoso avión de carga hasta una base militar en San Diego (California).

Sentados en sus puestos pudieron verse, sin hablarse, aguantando el abrazo. Sin embargo, allí no estaba uno de ellos, el padre. Cuando aterrizaron, de nuevo a otro bus, a la espera de los aviones colombianos. Fueron 7 horas sin poder comer nada, obligados a orinarse en su ropa.

Ante las cámaras, las autoridades gringas quisieron mostrar otra imagen. Los desencadenaron antes de descender y subir con libertad a las aeronaves que los traerían de regreso.

Ya acomodados sintieron júbilo, se pudieron abrazar y destrabar esos sentimientos reprimidos. Comieron pizza, gaseosa y los trataron como en sus casas. Al pisar suelo colombiano respiraron y prometieron enfrentarse a su suerte como víctimas de la violencia, aunque todavía dudan si regresar a Manizales.

 

¿Y el quinto integrante de la familia?

El miembro faltante terminó en una cárcel en Texas, en donde asegura que el trato es mejor, aunque no es mayor cosa. Su familia dice que no es un delincuente, no tiene antecedentes para recibir tal trato y esperan en un lapso de 20 días poder volverlo a ver.

 

Reactivan visas para colombianos

Desde este viernes se reactivaron los trámites para la entrega de visas, tras casi una semana de suspendidas por el polémico enfrentamiento entre Petro y Trump.

 


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