Octavio Jaramillo Arango, líder cafetero de Manizales, fallecido la semana pasada.

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Octavio Jaramillo Arango, líder cafetero de Manizales, fallecido la semana pasada.

LA PATRIA | MANIZALES

"Me provoca llorar, me siento agradecido y recibo este homenaje con todo el sentimiento y el amor del mundo, aunque pienso que no lo merezco, pues lo que soy se lo debo a la caficultura...".

Las palabras entrecortadas del líder cafetero manizaleño Octavio Jaramillo Arango emocionaron no solo a su familia, sino a los productores de Manizales y Caldas presentes, quienes el pasado 11 de noviembre (del 2015) le rindieron un homenaje por su liderazgo y dedicación a la caficultura.

En la placa conmemorativa se destaca: "Su consejo y vocación de servicio permanecerán por siempre como ejemplo de compromiso con los caficultores de Manizales y con el gremio cafetero".

Adicionalmente inauguraron con su nombre el nuevo auditorio del Comité Municipal de Cafeteros.

En medio de risas, y con algo de vergüenza, Jaramillo Arango insistió en que era el quién le debía al café toda su vida, "pues lo llevo en el corazón y lo que soy y tengo se lo debo al café".

Como un homenaje póstumo a este líder, fallecido hace una semana, LA PATRIA publica nuevamente esta entrevista, realizada en el 2015.

café

 

Cafetero desde la mata

¿Cómo recibe este reconocimiento?

Con todo el corazón y con todo el desprendimiento que sea necesario, porque lo que soy se lo debo a la caficultura y a mis padres. El ejemplo de trabajo, respeto y dedicación se lo debo a la educación que me dieron, y eso fue lo que siempre me impulsó, pues mi actuar no podía ser menor a todo lo que ellos me entregaron.

¿Cafetero durante toda la vida?

Toda la vida, desde que me acuerdo. Desde que estaba muy pequeño, vivimos en una finca en el Alto de la Paz en Chinchiná. Nosotros nacimos donde hoy está la clínica geriátrica San Isidro, esa fue la casa de los abuelos, en la vereda La Linda. Mi padre, Bernardo Jaramillo Mejía, trabajaba en ese entonces como ecónomo en la Casa de Menores hasta el año de 1930. Luego salió de allí y fue cuando comenzamos a rodar unos años, porque éramos muy pobres.

¿Cómo empezó en esa actividad cafetera?

Mi madre, Elvira Arango, recibió una platica de una herencia de una pariente en Armenia, y con eso se compró una finquita en el Alto de la Paz. Yo estudié primaria en la escuela pública, y en un talego de esos blancos de lino, de harina de trigo, llevaba una botella con aguapanela y una arepa, ese era el fiambre. Luego me eduqué, hice el bachillerato, y ya me dediqué a la finca. Me tocó hacerle frente a la obligación con mi padre, porque mi madre murió muy joven y mi padre nunca se volvió a casar. Yo fui el administrador, mayordomo, patiero, y todas las labores que deja una finca.

¿Tenía más hermanos?

Éramos ocho hermanos, seis mujeres y dos hombres. Las mayores eran mujeres, yo fui el cuarto en la familia, pero como había estado en la finca, me hice cargo de todo el manejo. Todo el aprendizaje y el conocimiento lo adquirí en café, desde cómo coger un grano, hasta ponerlo a germinar, pasarlo a una bolsa, luego transportarlo al sitio permanente y coger los frutos. Seguí esa tarea, y en eso estoy todavía, y por ese motivo lo llevo en el corazón.

 

Al frente de la finca

¿Qué pasó con la finquita de su mamá?

Con el tiempo la vendimos, pero después nos vinimos para La Cabaña, y ahí comenzamos a echar raíces en una finca que compró mi papá. Cuando eso no había sino café Arábigo no más, pero después me tocó esa transformación de la caficultura. Del arábigo pasamos al Borbón, una variedad más productiva. Luego llegó el Caturro y después comenzaron a sacar las variedades Colombia, el F1, F2 y F3, hasta nuestros días, de variedades como El Castillo Naranjal, que es lo que sembramos en el momento.

¿Sigue al frente de la finca o ya le delegó a sus hijos?

Por su puesto que sigo al frente. Mis hijos Juan Pablo y Adriana, saben que esas tierras son de ellos, pero yo sigo con el manejo mientras tenga todas las facultades y la cabeza para hacerlo, y ellos respetan eso.

Varios productores lo destacan a usted como ejemplo cafetero, ¿a qué cree que se deba eso?

El trabajo mío ha sido mostrarles a los caficultores lo que se puede hacer con el café. Más que todo ha sido enseñar con el ejemplo. Yo nunca he cogido una finca productiva, siempre me han tocado caídas y las he sacado adelante. Por eso todo el mundo, los vecinos, se han beneficiado de eso porque el ejemplo cunde y han visto lo que se puede hacer de la nada y cómo se puede volver una tierra productiva y crecerla. Ese fue el ejemplo de mis padres.

¿Ha diversificado o siempre ha sido café?

He hecho otras cosas, he trabajado en otros cultivos, pero en resumidas, el café es la vida de mía.

 

Los cambios

¿Qué tanto ha cambiado hoy la caficultura?

Uno ve que hoy en día la caficultura está cambiando totalmente. Ya no es rentable, sino de oportunidades y de momentos. Los costos de producción son cada vez más altos, y cada vez se ven más problemas de caídas y variaciones de precios. Somos conscientes de que este es un producto que juega en la bolsa de valores y tiene todas las fluctuaciones del mundo. Eso ha llevado que muchos productores dejen esta actividad y se hayan reducido las parcelas, al punto de que hoy ya no existen las famosas haciendas de unos años atrás. Los cambios son muchos.

¿Faltan más ayudas a los cafeteros?

Yo pienso que sí. En algunos momentos el Gobierno nos ha dado la mano, pero aún le debe mucho a los caficultores, porque en un principio el café fue el que le dio la mano al país. La industria y el desarrollo se le debe esencialmente a la caficultura. Por eso pienso que se requieren más ayudas.

¿Qué requiere la caficultura para volver a salir adelante?

El Gobierno nos ha dado la mano a través de esos planes como el PIC (Protección de Ingreso al Cafetero), pero sí pienso que es fundamental mirar otros esquemas de apoyo, pues ya tenemos una infraestructura montada y hay que seguir con esto. Necesitamos ayuda, porque hay que afrontar estas coyunturas, el Gobierno no puede abandonar el campo. En esa tarea se tiene que preparar a la gente para que permanezca en el campo, con el fin de evitar ese éxodo que hoy se presenta. Hay que poner los ojos en el campo, porque allí está el futuro del país.

¿Hay cierto abandono en el campo?

Comparativamente con la ciudad, el campo está muy abandonado, por eso tenemos un problema muy grande y es que se está quedando solo. La gente ya no quiere vivir en el campo. Las familias cafeteras que eran numerosas se acabaron. Ya la familia es de uno o dos hijos, y ellos salen a buscar otros horizontes, y por eso el campo no tiene renovación. Hoy estamos sufriendo por recolectores de café, son insuficientes para todas las tareas que hay.

¿Cuál es el mensaje, en medio de una situación tan crítica?

Se necesita la persistencia, la perseverancia y la permanencia para poder ver los frutos. Mi mensaje es que perseveren que siempre se vienen tiempos mejores. Que no se desanimen y que sigan los consejos y que trabajen con variedades nuevas, para impulsar esta bella actividad.

 

La frase

"No creo que Colombia deba sembrar cafés robustas, porque el país se ha distinguido toda la vida en el mundo entero por la buena calidad del café, como son los suaves. Por eso no es hora de echar reversa, eso me parece un absurdo".

 

Reconocimientos

Octavio Jaramillo Arango recibió en el 2006 la medalla Honor al Mérito Cafetero Pedro Uribe Mejía, que exalta a los más destacados representantes gremiales. También fue designado miembro honorario del Comité de Cafeteros. Se desempeñó durante 15 años como representante cafetero en el Comité Departamental de Cafeteros de Caldas.

 


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