Las familias afectadas se preguntan en dónde serán reubicadas después del deslizamiento que los dejó sin hogar

Foto | Luis Fernando Trejos | LA PATRIA | PEREIRA

Las familias afectadas se preguntan en dónde serán reubicadas después del deslizamiento que los dejó sin hogar

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Para llegar al barrio La Esperanza en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, se debe bajar por una calle que desafía el agarre de los zapatos y la fuerza de las rodillas. Después de cruzar un puente estrecho, se gira a la izquierda y se encuentra una vía, igual de angosta, que tiene casas de más de dos pisos en la acera derecha y casas de madera bordeando la ladera de la montaña. 

El paisaje de las viviendas que se alzan en la zona montañosa, está interrumpido por los escombros que dejó un deslizamiento de tierra. El movimiento en masa sepultó dos casas y dejó una tercera parcialmente destruída el pasado 29 de agosto. 

Ese jueves 29 un aguacero cayó sobre la zona entre las 12 del mediodía y las 2 de la tarde que terminó por mover hacia un plan la masa de tierra donde se asentaban dos viviendas.

Por fortuna, las autoridades locales ya habían evacuado a las personas en riesgo y no se presentaron víctimas fatales, pero bajo la tierra quedaron años de esfuerzos y de anécdotas que entristecen a los afectados.

Dora Inés Correa vive en el sector desde 1983. Llegó cuando tenía 13 años a una casa todavía en construcción por su padre. Allí vivió con su madre y sus hermanos. Luego con sus dos hijas y su esposo. 

Empeoró en 4 años

Los problemas con la filtración de agua empezaron en enero del 2020. Un hermano de Dora, Julián, fue el primer damnificado cuando explotó la primera recámara. Desde ese momento Julián fue desalojado y le pagan subsidio de arrendamiento. 

La situación empeoró el 20 de mayo de 2024. Según Dora, las recámaras internamente seguían botando agua, pero ese día hubo un fallo que alarmó a las autoridades y fueron desalojados de manera preventiva. Desde ese día depende del subsidio de arrendamiento. 

“Gracias a dios nos dieron el subsidio de arrendamiento el día antes, porque se demoran tres (meses) y nosotros ya íbamos para el cuarto mes. Yo había dicho que si no me lo consignaban, yo volvía y me venía porque uno no tiene la posibilidad. Mi esposo sin trabajo, yo no trabajo por enferma y la hija mía es la que ve por nosotros trabajando en servicio al cliente”, relata Dora.

Los subsidios de arrendamiento están reglamentados por períodos de tres meses con posibilidad de renovarse por el mismo período. 

La situación de Dora Inés enfrenta múltiples problemas de salud, entre ellos cáncer de córnea, lupus, osteoporosis y artrosis, lo que le impide trabajar, pero igual se ayudaba, mientras vivía en La Esperanza, vendiendo comida en un fogón de leña. 

Al ver todos sus esfuerzos derrumbados por la fuerza de la naturaleza y por la falta de arreglos en el lugar exacto, Dora no esconde la tristeza. “El tiempo de Dios es perfecto. Pero toda la vida de uno destruída ahí, de un momento a otro uno se queda sin nada. La ilusión era que hacían los arreglos y yo me devolvía, ahora no”.

Los damnificados

Verónica Saldaña tiene 26 años y es madre de dos niños. La más grande de 9 años y el segundo de dos años. El hijo más joven lo tuvo con Andrés Felipe Franco, de 24, con quien lleva viviendo durante 4 años. Se conocieron en el barrio La Esperanza y allí se enamoraron. Son vecinos de doña Dora y es junto a ella con la que van a hacer todas las diligencias para los subsidios. 

"Aquí criábamos pollos, marranitos, y teníamos dos perritos", relata Andrés, quien trabaja en la construcción de manera independiente. Sin embargo, debido a los deslizamientos y cuarteaduras en la zona, hace tres meses les tocó deshacerse de los animales y buscar un nuevo lugar donde vivir.

El cambio ha sido difícil. "La rutina que llevábamos era muy diferente", comenta Verónica, quien se encargaba del hogar mientras Andrés trabajaba. "Ahora estamos en un apartamento pequeño, y nuestro hijo más pequeño se siente encerrado, siempre quiere salir"

Caminando por lo que era su casa, se ven todavía juguetes en el suelo, baldosas levantadas y grietas sobre las paredes. Ambos añoran el espacio abierto y la tranquilidad que tenían antes. "Aquí teníamos prado para que los niños y los perros corrieran", comenta Verónica con nostalgia.

Apoyo comunitario

Aunque han recibido apoyo de Gestión de Riesgo, el proceso ha sido lento y frustrante. "Es como empezar desde cero", dice Verónica, quien reconoce que, aunque están agradecidos de no haber sufrido daños personales, "la situación sigue siendo muy dura"

Los vecinos, sin embargo, han sido una parte fundamental en el proceso. "Gracias a Dios tenemos vecinos muy colaboradores, siempre nos hemos ayudado", menciona Andrés, quien destaca la solidaridad en la comunidad pese a las dificultades.

El secretario de Gobierno y Movilidad de Santa Rosa de Cabal, Darío Reina indica que la situación está siendo evaluada por todo el equipo técnico del municipio, pero que las medidas tomadas hasta el momento han permitido salvaguardar la vida de los habitantes del sector. 

"Gracias a Dios, las familias entendieron y abandonaron sus viviendas", comentó Reina, explicando que el municipio les otorgó un subsidio de arrendamiento por tres meses, el cual se extenderá por otros tres, tal como lo permite la ley. 

Además, tras el deslizamiento de mayo, se ordenó la evacuación de seis viviendas más, aunque hasta el momento solo dos han sido desalojadas. El equipo psicosocial continúa trabajando con las otras cuatro familias para persuadirlas de dejar sus hogares, que se encuentran en alto riesgo. 

Maria Zulma Velásquez Ramírez es vecina de Dora, Felipe y Verónica. Su casa no estuvo afectada directamente por el deslizamiento de tierra pero también está en riesgo y es una de las personas que no quiere desalojar el hogar donde ha vivido sus últimos 26 años.

Ella vive con sus hijos, nietos, y un hermano que trabaja en el campo, y expresa su profunda conexión emocional con su hogar. A pesar de las advertencias de riesgo y el colapso de una vivienda cercana, Zulma se mantiene firme en no abandonar su casa, confiando en la protección divina.

"Yo llevo 26 años en esta casita. Mi papá me la regaló. Al principio, era una cuevita hecha de esterilla, muy humilde, pero era mi hogar”, cuenta Zulma. Con la ayuda de sus familiares han ido mejorando la casa, tanto en el interior como en el acceso. Incluso construyeron un puente de cemento para reemplazar uno hecho de guadua.

"Mis hijos han vivido siempre conmigo, y también mis nietos. A mí me quedó una nietecita sordomuda, hija de mi hija que murió hace seis años. Ahora ella vive conmigo, tiene 18 añitos y ya se graduó de bachiller", señala Zulma. 

Aún no saben dónde reubicarlos

Con respecto al riesgo de seguir viviendo a pocos metros de donde ocurrió el deslizamiento sonríe y habla como si reflexionara. "Hace unos meses, ya habían evacuado a una vecina porque había comenzado a filtrar agua en su patio, pero yo no me preocupo tanto. Vivo tranquila aquí en mi casita. Dios nos protege. Ya han pasado muchas cosas, hasta temblores, y aquí no se siente nada."

Zulma confía plenamente en la seguridad de su hogar. "Este terreno es muy seco, no hay problemas de humedad como en otros lugares. Las recámaras que se cayeron estaban viejas, con años de agua filtrándose por debajo. Aquí, en mi casa, todo está firme y sequito."

Uno de los problemas que tienen en Santa Rosa es la falta de terrenos para reubicar a las familias. “El municipio enfrenta un desafío complejo en cuanto a la reubicación de las familias afectadas. Actualmente, solo cuentan con un lote en el sector de La Trinidad, adquirido tras una emergencia en 2022, donde se espera reubicar a 84 familias”. 

Sin embargo, para las familias afectadas por el deslizamiento en La Esperanza, aún no se ha determinado un lugar específico para su reubicación.

Finalmente, Reina subrayó la importancia de la evacuación preventiva. "Si no hubiéramos dado la orden de evacuar a esas tres familias cuyas casas se derrumbaron, hoy estaríamos lamentando la pérdida de vidas humanas", concluyó.

 

 


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