Retratos del presidente ruso, Vladímir Putin, y el líder supremo norcoreano, Kim Jong-un, en frente del Gran Palacio de Estudios del Pueblo en Pyongyang.

Retratos del presidente ruso, Vladímir Putin, y el líder supremo norcoreano, Kim Jong-un, en frente del Gran Palacio de Estudios del Pueblo en Pyongyang.

LA PATRIA | ESTOCOLMO

Mientras que 4 mil soldados del Ejército suizo se afanaban en establecer un perímetro de seguridad alrededor del prestigioso Hotel Bürgenstock —ubicado en la montaña epónima—, las Fuerzas Armada norcoreanas se alistaban a poner en pie un dispositivo de misma índole en la plaza Kim Il-sung, corazón de su capital, Pyongyang. 

Estos preparativos se llevaron a cabo para la celebración de dos eventos que marcaron la actualidad geopolítica de los últimos días. Dos eventos separados por unos 8 mil 600 kilómetros, pero íntimamente vinculados.

Dialogar a propósito… de diálogo

El 15 y 16 de junio, entre las cimas alpinas se destacó la Cumbre de Paz organizada por Suiza que, deseoso de honrar su tradición de mediación de conflictos, invitó a unas 160 delegaciones para “discutir de las próximas etapas con miras a una paz global, justa y durable en Ucrania”. 

Representantes de 92 Estados y 8 organizaciones e instituciones internacionales hicieron acto de presencia y, al final, de este centenar de partes interesadas, 82 aplicaron su firma en respaldo de una declaración conjunta. Así, acordaron que la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional, como la soberanía e integridad territorial de Ucrania, deben constituir la fundación de un futuro acuerdo de paz con Rusia.

Pero, aunque el Departamento Federal de Asuntos Exteriores de Suiza ha calificado al evento de “éxito”, notando que “permitió consolidar una visión común de la hoja de ruta ulterior”, varios analistas y detractores han negado o dudado de su utilidad para adelantar un proceso de paz que ni siquiera ha visto la luz todavía —y que está muy lejos de hacerlo—.

Como primera causa, la ausencia total de Rusia en la mesa de discusión que, incluso antes de que las primeras delegaciones llegaran al Bürgenstock, ya condenaba el proceso a no entrenar cambios factibles en el terreno. Si bien Berna especificó desde el principio que la conferencia no tenía función de negociaciones y que el Kremlin no fue invitado porque no estaba interesado, muchos países pusieron en cuestión su seriedad.

Fue el caso de China, una potencia que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, había intentado convencer de participar, en vano. Pese a decir ser neutro ante la guerra entre los dos Estados postsoviéticos, muchos sospechan que Pekín apoya en cierta medida a Moscú por pragmatismo geopolítico, por lo que su presencia habría añadido una onza más de credibilidad a la cumbre.

Los países participantes que no firmaron la declaración conjunta son todos actores clave del “Sur global”: Arabia Saudita, Brasil —que solo se presentó como observador—, Emiratos Árabes Unidos, India, Indonesia, México, Sudáfrica y Tailandia. La ausencia de Rusia apareció otra vez como justificación oficial.

En realidad, es muy posible que más factores se hayan sumado a este para explicar ciertos de estos rechazos a respaldar la comunicación de las 92 otras delegaciones, como los siguientes: 

  • El hecho de que Kiev todavía no esté en posición de forzar Moscú a negociar, por falta de avances de las tropas ucranianas en los campos de batalla;
  • La dependencia de Rusia para el abastecimiento de productos esenciales para las economías locales, como fertilizante, lo que vuelve a algunos países reticentes a criticar al gigante;
  • Una percepción de doble rasero en el trato occidental de Rusia en su agresión contra Ucrania versus el apoyo de Occidente a la guerra de Israel en la Franja de Gaza;
  • Aspiraciones de jugar un papel en un futuro verdadero proceso de paz, lo que motiva algunos Estados a no tener un historial de hostilidades contra las políticas del Kremlin.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y la presidenta de la Confederación Suiza, Viola Amherd, estrechándose la mano en el complejo hotelero del Bürgenstock.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y la presidenta de la Confederación Suiza, Viola Amherd, estrechándose la mano en el complejo hotelero del Bürgenstock. 

 

Aires de Guerra Fría

Ante la dificultad de Ucrania para hacer retroceder a los invasores, Estados Unidos y Alemania decidieron recientemente alivianar restricciones que habían impuesto a Kiev en cuanto al uso en territorio ruso de armas que le han proporcionado. Es más, el 13 de junio, el presidente estadounidense, Joe Biden, firmó con su homólogo ucraniano un pacto de seguridad de 10 años.

La Cumbre de Paz en Suiza intervino entonces en un contexto de esfuerzos occidentales aumentados en el ámbito militar en apoyo a Ucrania, representando así un dardo más para el presidente de Rusia, Vladímir Putin. Viendo que sus amenazas repetidas para contener la ayuda de Occidente a Kiev están perdiendo su efecto, el jefe del Estado ruso emprendió un viaje a su vecino terrestre más oriental, Corea del Norte.

Ahí, entre pompa y teatralidad, firmó con el líder supremo, Kim Jong-un, un acuerdo de defensa mutua, prometiéndose proteger al país del otro en caso de ataque. El giro del Kremlin hacia el Estado norcoreano, la paria de la comunidad internacional, muestra tanto desesperanza como estrategia. 

Por un lado, está dependiendo de Pyongyang para mantener un abastecimiento suficiente de municiones en el frente ucraniano. Por otro lado, añade además una variable al equilibrio de fuerzas en el escenario mundial, pues si la Organización del Atlántico Norte (OTAN) decidiera por cualquier razón atacar a Rusia, tendría que considerar el peligro que países aliados de Occidente como Corea del Sur o Japón sufrieran represalias por parte de Corea del Norte —que ha estado desarrollando un programa de armamento nuclear—.

Ahora bien, la pregunta es si Moscú y Pyongyang realmente estarían dispuestos a arriesgarlo todo para respetar este nuevo pacto. Sea como sea, es una herramienta más en el aparato disuasivo de Putin frente a la resistencia occidental. Quedará ver qué tanto efecto tendrá, pues la OTAN parece gozar de una determinación renovada en invertir la tendencia en Ucrania. Lo que sí seguramente se logró con el viaje orquestado entre los dos autócratas es que cayera al olvido mediático la Cumbre de Paz de Suiza, solo una semana después de su celebración.

 


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