VALERIA HERNÁNDEZ | GASTRONÓMICOS
Con una sonrisa amplia y sus ojos puestos en el concursante, escucha detalladamente cada descripción, la anota y toma la bebida a evaluar, la huele, la prueba, la mantiene en su paladar unos segundos, los que necesite para estar segura, y escribe en su planilla qué fue lo que probó. Esto sucede una y otra vez desde hace 10 años en la vida de Luz Angélica López Gil, juez nacional de barismo.
Esta profesión, que ahora es la vida de Angélica comenzó en el Sena de Armenia, cuando se inscribió sin muchas expectativas a una capacitación de café, pues ni le gustaba, ni lo conocía y su máximo acercamiento con él era el instantáneo que tomaban en su hogar. Encontró que tenía habilidades sensoriales que antes desconocía y que fue clave fundamental para que ahora sea una reconocida instructora de barismo, preparación del filtrado, catación, equipos y calidad. Además es catadora internacional, que, aunque no ejerza ni viva de esto, porque se dedica a la docencia en el Sena, es una acreditación que hace cada 3 años para sentirse segura al enseñar y calificar a sus aprendices.
Pertenece al comité de jueces nacionales, donde sus funciones son seleccionar a sus compañeros, realizarles la calibración que consiste en verificar que todos los integrantes tengan el panel sensorial similar y asistir a todos los campeonatos regionales donde fomenta y lleva el mensaje de que el café bueno no siempre es el que se exporta. Confía y sabe que su país tiene muy buena materia prima y que un buen proceso hace la diferencia.
Foto | Harry Gallego
El proceso para calificar la bebida es olerla, ver su color, su textura y probarla para verificar la materia prima y su preparación
Desde que pertenece a este colectivo se ha encontrado con situaciones, olores, sabores y participantes que han marcado su vida positivamente y otras no tanto, por ejemplo, cuando le tocó probar bebidas desde la 1:00 de la tarde hasta las 11:00 de la noche en un torneo regional de Ibagué, “antes me daba taquicardia el café, pero desde ese día de tanto tomarlo, no me volvió a dar, como que la encafeinada me alivió”, comentó López, al recordar con gracia y horror este suceso.
Al hablar de esta bebida, todos tenemos una idea de lo que sabe y de cómo se ve. Sin embargo, en estas competencias donde cada participante tiene 15 minutos para descrestar a los jurados con sus preparaciones, salen sabores impensables como frutas, especias, licores y otros descriptores que Angy, como la llaman sus amigos, busca en cada sorbo, unos son fáciles de encontrar y otros no tanto, pero sin importar eso, ella sonríe, le da seguridad al concursante y prueba para darle una oportunidad más.
Foto | Harry Gallego
De 25 jueces nacionales sólo 7 son mujeres.
Al degustar y estar segura de lo que bebió agradece, se despide y se dirige a una sala donde califica cada ítem, empezando por los sabores, el discurso, la presentación y demás puntos, para después dar una nota grupal. Ella es una de las 7 mujeres certificadas del país y aunque siempre está rodeada de hombres nunca es opacada, por el contrario, su voz y risa característica es lo que más se escucha en las mesas de votación. Cuando habla lo hace con autoridad, sus compañeros la escuchan y tienen en cuenta cada una de sus palabras y lo mismo hace ella. Aunque califica y mantiene una actitud segura también cede y da la razón cuando cree que el otro la tiene.
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