“Señor director...” Así se acostumbra encabezar las cartas que llegan a los diarios. Sin embargo, también se convierte en superlativo en este espacio para dar cuenta de un señor director que tuvimos en La Patria, Nicolás Restrepo Escobar (NRE)*, a quien he llamado el director de la libertad y no exagero. 

Durante mis años en este medio me correspondió lidiar con dos directores bien diferentes, antes de Nicolás: Luis José Restrepo, su papá; y Luis Felipe Gómez Restrepo, su primo. Todo muy normal en un periódico de tradición familiar.

Tanto Luis José como Luis Felipe tuvieron a su cargo solo la Dirección y por eso por momentos pisaban la competencia del jefe de Redacción de turno. Les gustaba asistir a los consejos de Redacción cada mañana, dictaban agenda desde allí y revisaban minuciosamente la primera página antes de ser publicada. De ambos aprendí grandes lecciones.

Cuando Nicolás llegó a la Dirección lo caracterizaba su formación financiera y administrativa, y recibí su nombramiento con cautela. Él pensaba que se iba a aburrir como morsa en un Consejo de Redacción y pidió específicamente que no lo obligaran a estar todos los días en esta reunión, la cual sirve para planear lo que se publicará en las distintas plataformas durante el día, el siguiente, la semana o el mes, y para revisar o caer en la cuenta de errores. Es una tertulia periodística que nos hace mejores y sirve como un ambiente de aprendizaje innovador. 

Esa actitud nos generó cierta desconfianza, pues creíamos, prejuiciosos que éramos -que somos-, que esa decisión entrañaba cierto desdén por el periodismo. 

Él iba algunas veces sí, algunas no, y a medida que pasaban los años iba menos, pero no por desdén, sino porque tenía plena confianza en sus periodistas. Estaba pendiente de lo que sucedía a través de reuniones diarias que tenía diarias con el subdirector y el jefe de Redacción, mientras los hubo, y luego con los editores de Opinión -encargado de las páginas editoriales- y de Noticias -encargado de los periodistas y de la información que se publica-. 

Fue su manera de darnos libertad para trabajar. Cuando nos excedíamos, nos llamaba la atención, pero jamás para coartar, sino para exigirnos que fuéramos más certeros en las pruebas a la hora de asegurar algo y para impedir que incurriéramos en injusticias. Los periodistas somos muy dados a la descalificación ligera, sin tener en consideración todos los elementos de juicio.

Un director sin miedo

“Un director sin miedo tiene en su diario un arma más poderosa que cualquier revólver. Si posee valor y también una conciencia limpia, puede desafiar sin peligro a cualquier hombre o grupo de hombres de una comunidad”, escribió el fundador de los diarios Scripts-Howard, E. W. Scripps, en un texto compilado en Arte y Sentido del periodismo (1966). Los años tras el asesinato de Orlando Sierra mostraron al señor director.

Supo guiarnos en esos momentos de rabia en la que estábamos en la Sala de Redacción, buscó aliados para impedir que el caso quedara impune, nos insufló valor cuando todo parecía que quedaría en nada. Gracias a él es por lo que el asesinato de Orlando es el único de un periodista en Colombia en el que se condenó a toda la cadena criminal. Nunca titubeó para reclamar justicia.

Hoy en el Día contra la Impunidad en Crímenes contra periodistas, no es un dato menor de cómo lograr revertir esa situación de que la mayoría de los asesinatos contra los comunicadores sigan impunes. Al tiempo, también nos contenía para que nuestra furia no nos llevara a sesgos informativos. Sí, que fue bueno en eso.

Respeto por los periodistas

El prejuicio por su nombramiento era razonable, nos habíamos criado con la idea de que lo comercial y la Redacción no se juntan. De hecho, nuestro Manual de Trabajo Periodístico contempla que no hay subordinación. Ese joven director supo lidiar con este asunto de manera magistral. Y siempre respetó nuestra posición para no cometer publicidad en periodismo. Tuvo claro que una cosa era una cosa y otra cosa era otra cosa.

Aprendimos pronto que tener un director que supiera las cifras del periódico, también serviría para mejorar tecnologías, para invertir en vehículos, para mejorar salarios y para apostar por la calidad periodística. 

En fin, se trataba de alguien que podría ser un aliado y siempre lo fue. Además, tuvo el buen tino de seguir manejando los negocios en una oficina y los temas netamente periodísticos en otra, un símbolo de cómo respetaba el periodismo.

Cuando llegué a la Jefatura de Redacción y a la Edición de Noticias, tras el asesinato de nuestro subdirector, Orlando Sierra Hernández, ocurrido en el 2002, no fue fácil que nos entendiéramos. Él era rápido para las decisiones, yo era inseguro; él hablaba el lenguaje de las cifras, yo hablaba del interés público; él tenía que lidiar con todas las personas que se creían dueñas del periódico para dictar cómo proceder; yo lo metía en problemas cada día con titulares o noticias. 

El duro arte de escoger, la función de un director

“Los directores escogen. Es así como se ganan la vida. Primero escogen personas, luego temas y luego palabras. Decidir si publican algo o no, es a veces lo más difícil”. Esto escribió Ben Bradlee en La vida de un periodista (1995), el mítico editor de Washington Post, y NRE lo cumplía con creces.

Sabía fijar posiciones, escuchar a cada uno sin tomar partido y luego de reunir suficiente información escogía. Tenía una habilidad única para encontrar errores en textos que habían pasado ya por varios ojos. Afiló esa característica y nos previno de muchas metidas de pata. 

Fuimos ganando confianza el uno en el otro hasta que ya cada uno sabía cómo actuar. Hubo dos cosas en las que siempre coincidimos, una periodística, había que defender la libertad de prensa a toda costa, aún contra nuestros prejuicios; y una personal, entender que en su caso y en el mío, la familia es primero. 

En nadie, jamás, he confiado tanto como en NRE, quien fue para mí soporte en circunstancias personales difíciles y quien entendió cada una de mis precauciones y de mis ideas sobre el periodismo. Su respeto fue siempre sincero. Confrontamos y alguna vez nos subimos la voz, pero siempre encontrábamos la manera de conciliar nuestras posiciones. 

Un director “es quien marca la línea editorial; determina en última instancia qué publicar y qué no”. Así describen Sibila Camps y Luis Pazos la razón de ser de un director. Lo describen en Así se hace periodismo (1996). Realmente se quedaron cortos.

NRE demostró que ser director es ser un Señor, en toda regla, una persona que sabe guiar con mano firme a sus periodistas y defender su labor ante los señalamientos de quienes siempre los ven como enemigos. También es la persona que nos insta a ser mejores, a buscar la excelencia con ética. Lejos estuvo de esa caricatura de director que enseñan en ciertas facultades, de una persona que lo controla todo, que ordena todo, que controla hasta el más corto de los textos. Al contrario, NRE fue un director que siempre promovió la libertad de la Sala de Redacción de La Patria, así esto lo metiera en problemas cada tanto con el poder o con amigos.

Él nos dejó hacer el periodismo que nos gusta, de denuncia, de cercanía con los caldenses, de mostrar las flaquezas de un sistema político, que en Caldas es aún más precaria con sus señorones de la política. Por eso era un señor director, y alguien en quién confiar.   

Hoy me hace más falta que nunca, jefe. 

• Me tardé un año para escribir esto. Lo intenté en noviembre y diciembre del 2023 y me di cuenta que era incapaz de hilvanar alguna frase que no estuviera cargada de emotividad. Ahora lo intento de nuevo, cuando pasó un año de la muerte de Nicolás Restrepo Escobar, el director de LA PATRIA durante todo el siglo XXI hasta el año pasado. Falleció el 1 de noviembre del 2023. Disculpen que se vean como unas ideas deshilvanadas.

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