Tengo un sueño
Señor director:

Basta con frotar un poco nuestro barniz de civilización para que aparezca, con toda su fiereza, el protagonismo del hombre en actos de barbarie que tienen su origen en el fundamentalismo, el sectarismo, el racismo o la intolerancia. Tales episodios indeseables contradicen la naturaleza humana y atentan contra nuestros semejantes. Grandes líderes mundiales han sido acribillados por su discurso pacifista en la plaza pública, y por estar a favor de personas que por su humildad, pobreza e ignorancia son presa fácil de criminales sin escrúpulos. Es probable que estos sujetos carezcan de la empatía necesaria para comprender lo que podrían sentir si estuvieran en una situación semejante, o están enfermos de poder y egoísmo, manipulan la realidad y se consideran con derecho de esclavizar a otros, torturarlos, aniquilarlos y convertirlos en cualquier cosa.
El magnicidio de Jesucristo, cuyo legado dio origen al cristianismo y quien, con su palabra y obra, partió en dos la historia de la humanidad, es un ejemplo vívido. Durante su corta y humilde vida pública, Jesús propuso un estilo de vida centrado en el amor, la justicia y el perdón. En todas sus apariciones abogaba por la igualdad, la solidaridad, el respeto por la vida, la equidad, los derechos de las minorías y el arrepentimiento. Este mensaje alertó al gobierno dictatorial del Imperio romano, que sintió amenazado su poderío y, como una clara advertencia, lo sometió al escarnio público, a la tortura y a la muerte en la cruz.
En otros escenarios de la Tierra, en los que nuestro planeta se ha convertido en un mundo oscuro y hostil, las eternas guerras entre países -dos mundiales- no son la excepción. Ellas han sido gestadas y convocadas por terroristas con intereses expansionistas. Hoy, las desiguales contiendas entre Rusia y Ucrania, y entre Israel y Palestina, patrocinadas por salvajes de cuello blanco, arrasan sin discriminación a víctimas inocentes que quedan tendidas en las calles o bajo los escombros de los pueblos demolidos por un arsenal armamentista que aterroriza a los pueblos, manipulado por soldados que obedecen a ciegas las órdenes de los opresores.
Además de estos actos de barbarie y mezquindad arraigados en la condición humana, este milenio enfrenta un coctel tóxico de consumismo y tecnología digital que rompe los frágiles hilos del tejido social. La emergente e inédita generación llegó para quedarse, y no solo está secuestrada por la virtualidad y los dispositivos electrónicos, sino que se encuentra huérfana de padres vivos, inundada por las drogas y atrapada por los hermosos productos terminados de los centros comerciales, y que despiertan el apetito consumista de las personas. Este entorno manipulador, con un terreno abonado, está penetrando hasta las entrañas mismas de los niños y jóvenes con el propósito de acorralarlos y esclavizarlos. Por esta razón, hoy abandonan la escuela, carecen de ambiciones, llevan una vida sedentaria, se alimentan mal y, en no pocas ocasiones, acuden al suicidio para escapar de sus vidas sin sentido.
Ante estas transformaciones en nuestro mundo, y encendidas las alarmas con este extraño comportamiento del antes y el ahora, es esencial reconocer que la base de la sociedad está en la familia. El Vaticano, consciente de esta realidad, se animó para que este año la Semana Mayor se focalizara en enviar un mensaje de fortalecimiento al núcleo familiar y, de este modo, contribuir a evitar su desplome. No obstante, evitar la caída es responsabilidad de todos. ¡Ojalá nos comprometamos! Y este es mi sueño, parafraseando respetuosamente a Martin Luther King.
Orlando Salgado Ramírez, docente

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