Academia y/o sectarismo

Señor director:

Se asume como indiscutible verdad que toda formación académica es crítica en sí misma. Para reforzar esta idea, que en realidad es sólo una creencia generalizada, se da como ejemplo la actitud contestataria de una gran mayoría de estudiantes y docentes, especialmente universitarios. Este engañoso fenómeno no es exclusivamente local ni nacional, es universal. En Venezuela, la llegada de Chávez al poder tuvo a los universitarios y a los maestros como sus grandes animadores. Pero reveladoras declaraciones, como las de una brillante mujer que, luego de ocupar un importantísimo cargo en la inteligencia del gobierno chavista, relataba avergonzada, y camino al exilio, detalles de las reuniones clandestinas que los cuadros de la universidad donde enseñaba se ubicaban para impulsar la entronización de la ideología chavista, lamentándose de haber carecido del suficiente sentido crítico para comprender lo que hacía. Ese mismo tipo de cuadros de la Venezuela de entonces están al orden del día en Colombia.

Es humanamente imposible escapar por completo de las ideologías, pero saber reconocerlas y entender cómo se apoderan de nuestros pensamientos y acciones, nos invita a tomar precauciones antes de caer atrapados en las redes del adoctrinamiento y del sectarismo. Una fórmula sencilla es documentarnos sobre la otra cara de todo aquello que se nos presenta como lo históricamente perfecto. Por ejemplo, las impresionantes tesis de Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina” deberían confrontarse con las de los tres autores del “Manual del perfecto idiota latinoamericano”, obra esta última que sospechosamente ya no se encuentra en las librerías y ni siquiera en la biblioteca del Banco de la República.

La confrontación de tesis opuestas, máxime entre académicos que se declaran cultores de la dialéctica materialista, tendría que ser un ejercicio cotidiano e irrenunciable. Infortunadamente, cuando ya se está adoctrinado, cuando se cree pensar y actuar como un “revolucionario”, se acude a una fácil, empobrecedora y ridícula salida para deshacerse de quien piensa diferente: llamarlo fascista.

Jorge O. López V.

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