Entre las muchas imágenes de la historia del horror en Colombia hay una que cumple 20 años en pocos días. Muestra a tres hombres vestidos con traje oscuro de paño, camisa blanca y corbata a rayas. La foto no incluye sangre, viudas, motosierras, ni filas de ataúdes en sepelios colectivos. Es escalofriante por su naturalidad: tres criminales elegantemente sentados en el Capitolio Nacional, en donde fueron atendidos por meseros y aplaudidos por congresistas, muchos de los cuales les debían la curul que ocupaban: Salvatore Mancuso dijo que las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) controlaban el 30% del Congreso y años después se supo que era más.

La foto se tomó el 28 de julio de 2004 y retrata a los comandantes paramilitares Ernesto Báez, Salvatore Mancuso y Ramón Isaza en el Salón Elíptico de la Cámara de Representantes. Allí leyeron discursos transmitidos por Señal Colombia y recibieron tratamiento de estadistas, justo cuando se discutía la ley de Justicia y Paz. Su desmovilización comenzó meses después, hasta que en 2008 el presidente Álvaro Uribe súbitamente extraditó a Mancuso y a otros 12 paramilitares a Estados Unidos.

A dos décadas de esa visita es llamativo el destino tan disímil de sus tres protagonistas. La visibilidad de Mancuso, tras más de 15 años de silencio en Estados Unidos, contrasta con el mutismo sobre los dos paramilitares que azotaron a Caldas y que acompañaron al monteriano en su visita al Congreso. Tanto Báez como Ramón Isaza se salvaron de la extradición masiva, estuvieron detenidos en Colombia y recobraron su libertad sin que sus víctimas lograran verdad, justicia ni reparación.

Mancuso es noticia frecuente porque luego de cumplir su pena en Estados Unidos regresó a Colombia el 27 de febrero de este año y esta semana recobró su libertad. Cada vez que habla hunde otro poquito a Álvaro Uribe. En tribunales y medios ratifica que los crímenes paramilitares no fueron cometidos a espaldas de los gobiernos de Uribe en la Gobernación de Antioquia y luego en la Presidencia, sino con su anuencia, y por eso los examigos uribistas que hace 20 años lo aplaudían hoy lo tratan como un apestado.

Humberto de la Calle escribió en su novela “La inverosímil muerte de Hércules Pretorius” que el aguadeño Iván Roberto Duque, conocido como Ernesto Báez, murió “agradeciendo la clemencia del infarto del miocardio”. Báez comandó el Frente Cacique Pipintá que operó en el norte y occidente de Caldas y Justicia y Paz concluyó que participó en al menos 854 crímenes que dejaron 1463 víctimas. Estuvo 10 años en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí, salió en 2016 y murió tres años después, cuando se dedicaba a predicar por todo el país sobre la paz en abstracto, porque en concreto fue poco lo que reconoció: se definía a sí mismo como un ideólogo y aseguraba que jamás empuñó un arma.

Ramón Isaza, el tercero de la foto, sigue vivo y libre, aunque es aún más fantasmagórico que Báez. Le dicen “El Viejo” pero podría ser “El amnésico”: desde que se desmovilizó en 2006 le cayó una conveniente peste del olvido gracias a la cual juró en los tribunales que no recordaba muchos hechos que le atribuían. Alguien que lo conoce me dice: “no señala a nadie, a menos que esté muerto”. Con todo y sus lagunas las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio admitieron 3.147 de los 9.400 crímenes que les atribuyeron. Homicidios, torturas, secuestros, masacres, violencia sexual, desplazamiento y desaparición forzada hacen parte de los repertorios del terror que sufrieron Puerto Boyacá, Samaná, La Dorada, Norcasia y Puerto Triunfo, entre los años 80 y comienzos de este siglo.

Ramón Isaza tiene 83 años, estuvo detenido ocho y lleva nueve en libertad. La Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas avanza en la identificación de NN enterrados en cementerios del oriente caldense, pero muchas de sus víctimas jamás aparecerán porque fueron arrojadas a los ríos La Miel y Magdalena y porque “su memoria también es selectiva”.

Mientras Isaza envejece en una finca de Doradal en silencio, desmemoriado, enfermo y con dos hijos condenados por narcotráfico y desplazamiento forzado, algunos se indignan con Mancuso, a quien acusan de lenguaraz.