Hay una casa en un pequeño pueblo, muy pintoresco, llamado Giverny, de calles empedradas y pequeños “chateaux”, algunos de ellos rodeados por altos muros de piedra. Creo que la gente que vive allí lucha por conservar su privacidad, pues tener la casa de alguien tan famoso como Claude Monet en el vecindario, a la larga, puede ser un problema, con miles de turistas de todas partes del mundo visitándola anualmente. Monet nació en 1840 en París y siempre quiso ser pintor, su familia lo apoyó y pudo estudiar en la Academia Suiza de París.
Como tantos otros artistas, sus comienzos fueron difíciles, la gente no comprendía su pintura, pero él y sus amigos traerían un gran cambio en la historia del arte, su lienzo “Impresión, sol naciente”, le daría el nombre al movimiento Impresionista. Pero Monet no sólo era pintor, también tenía otra pasión; la jardinería, en las casas que habitaba, así no fueran propias, él plantaba un hermoso jardín, cuyas flores servían de inspiración para sus obras.
Monet llegó a vivir a Giverny en 1883, a una casa alquilada, su situación económica aún no le permitía comprar una residencia, sin embargo, desde su llegada a este lugar comenzó a plantar el jardín que hoy es admirado por tantas personas. Visitar la casa de Monet es una experiencia que impacta los sentidos, desde la fachada pintada de un color rosa suave, que contrasta con el verde que adorna los marcos de las ventanas, los rosales que florecen en la pérgola, frente a la casa y las hojas de una viña, que crecen por las paredes, caminar por las estancias llenas de colores; especialmente el amarillo en el hermoso comedor y el azul en la cocina.
Pero hay algo que invita a recorrer los jardines; es el aroma, todas esas flores que plantó Monet, combinando sus colores, para crear aquél conjunto visual que parece caprichoso, también producen un perfume indescriptible, ese no aparece en las pinturas del artista, tantas de ellas inspiradas en ese precioso jardín, pero estoy segura que influyó en la riqueza sensorial del artista, para que plasmara la belleza de aquel lugar.
Por fin en 1890, Monet pudo comprar la casa de Giverny y comenzó a hacer todos los trámites para que le permitieran crear un estanque, al principio no fue sencillo, pues los vecinos se oponían, pero él lo logró, así pudo plantar sus nenúfares, hermosas flores de loto, de colores que él escogía y cultivaba en su estanque, con la ayuda de un jardinero experto. Así pudo crear unos de sus cuadros más famosos, la serie Las Ninfeas azules, que se pueden apreciar en el museo de L’Orangerie, en París. El puente japonés es otro de los lugares emblemáticos de su jardín, que el pintor inmortalizó en sus obras, poderlo cruzar en compañía de mi hija es un recuerdo que siempre guardaré en mi corazón.
Sin duda visitar la casa de Monet y recorrer sus jardines fue un regalo para mi alma, lloré de emoción, pues pude ver a través de los ojos del artista ese lugar que tanto lo inspiró, compartir su belleza y disfrutar el perfume de las flores que con tanto amor cultivó. Monet no sólo nos dejó su obra pictórica, también nos dejó ese precioso lugar, para que lo podamos visitar y comprender un poco más su obra.