Escasez de líderes no hay. Lo que sucede es que se les ha hecho difícil la esperanza. Sin ella, vuelve el miedo de haberse perdido y llega la falta de cualquier norte. 

Cuesta esperanzarse. No nos salvamos de otra guerra en Europa, ni siquiera de un nuevo genocidio como el palestino. El conflicto en Colombia se reanima, luego de pensar que con la historia era solo avanzar y dar por sentado. La corrupción se nos desborda de toda unidad de medida, mientras nos aterroriza cuánto somos capaces de hacerla parecer natural.

Si creemos que faltan líderes, no es porque haya poca gente sino por lo poquita que se ve su esperanza. Siguen preparándose, en academias y saberes tan extensos como exprés. Alcanzan habilidades prácticas y perfeccionan su manejo de grupo. Pero sin esperanza, sin norte, hacen de sí mismos su propio punto de llegada. El miedo les imposibilita la organización y la proyección. Renuncian al poder del tiempo porque todo es un hacer ansioso, esclavos del pánico de no tener redención en ninguno de los mil futuros que anticipan. Transan, mucho, de prisa, incluso si toca mentir y abusar de los demás. Tienen mucho miedo.

Sin embargo, más profunda es la pregunta sobre las personas que renuncian a liderar. O aquellas que ya en espacios de liderazgo buscan una salida de emergencia o se acomodan a ver el mundo pasar. Sin esperanza, las dudas les dan tantas vueltas que los terminan atando. Hacen de profetas de una catástrofe que solo ellos han autocumplido. Y lo peor, el miedo los pone en el justo lugar en el que sienten que sobran: que aún con toda su potencia ya no hacen falta.

‘Los que sobran’, se llama el último libro de Juan Carlos Flórez. Evoca la canción de Los Prisioneros que fue consigna de las movilizaciones latinoamericanas de 2019 a 2021. También recuerda a la primera generación de rusos que sobraron, en el siglo XIX, con Turguéniev, Tolstoi y Dostoievski a la cabeza, quienes luego de sus infructuosos pasos a la acción, contra Nicolás I, terminaron haciendo ficción de su propia falta de esperanza.

Si los líderes sienten que sobran, esa es la crisis. Si tienen miedo, no hay a dónde ir. Este momento social y político todavía permite imaginar apuestas de humanidad y de regeneración del planeta. Pero si luego todas son absorbidas por las campañas electoreras y comerciales, hasta ser machacadas con su proselitismo y su publicidad, todos los nortes de nuestros liderazgos terminarán hechos añicos desde el régimen. Así es como la esperanza pierde su pasión por sustracción de sus materias.

Byung-Chul Han acaba de publicar ‘El espíritu de la esperanza’. Nos recuerda que la palabra miedo, en alemán —angst— y en latín, viene del término “angostura”. Una idea de asfixia y de estrechez. Por eso, en su tesis, la esperanza es crearnos espacio, bien para tener donde volver a movernos, bien para que quepa de nuevo todo aquello por creer.

Esta semana celebramos 30 años de existencia de la Fundación Instituto de Liderazgo, la cual ha impactado ya varias generaciones de la región y del país. Hace unos meses, en Manizales, apareció Nido - Laboratorio de Liderazgo, una apuesta de varias organizaciones para construir la confianza que necesita la movilización colectiva. Que vengan muchos años para las dos apuestas, siempre con la convicción de que líderes sí hay, solo falta recordarles que sí es posible volver a agrandar el espacio donde les cabe la esperanza.