Carlos Enrique Cavelier, empresario colombiano, propietario de la industria de lácteos Alquería y un gran líder nacional en emprendimiento social, escribió hace pocos días en Portafolio un artículo en el que contó lo siguiente: «Mi gran amiga, la exministra y experta en educación, Cecilia María Vélez, me compartió una bella anécdota. Le preguntó a un rector de un colegio público cuál era el secreto para que el colegio tuviera tan buenos resultados. Su respuesta fue tan sencilla como poderosa: “Pues a mí me dijeron que los quisiera bastante, y que con eso ellos saldrían adelante”.

El columnista desarrolla su escrito a partir de esta anécdota y, al final, anexa un video de Youtube en el que se observa a una maestra de primera infancia saludando, uno a uno, a sus pequeños. La particularidad es que le permite a cada uno escoger su saludo preferido por medio de una cartelera que expone, a través de imágenes icónicas, los diferentes tipos de saludos.

Quiero provocar un par de reflexiones que, con alto nivel de similitud, validan su tesis de que la educación es amor. Tiene razón el columnista al calificar la respuesta del rector como sencilla, pero poderosa. He tenido la oportunidad, en mi vida como maestro, de presentar la pedagogía del amor como una posibilidad real para los aprendizajes y, lamentablemente, he recibido de grandes académicos, investigadores y doctores en educación los más desconsiderados calificativos.

Creo que para esa élite académica, la respuesta del rector no solo es sencilla, sino también ridícula. Por el contrario, no solo acepto el calificativo de “respuesta poderosa”, sino que le agrego el atributo de “profundamente sabia”. Considero que el indicador más importante para medir y monitorear en la escuela es el índice de felicidad de los niños. Lastimosamente, no existe, no se mide, a las autoridades educativas no les importa y los legisladores permanecen indiferentes frente a la realidad escolar. La felicidad es el principal precursor para el aprendizaje; nadie aprende en el desamor. Por eso digo que las mamás son y serán las mejores maestras. De didáctica y de pedagogía sólo conocen el amor, y se lo entregan a sus hijos incondicionalmente, logrando imprimir en ellos las más bellas e inolvidables lecciones.

El conocimiento disciplinar, el saber pedagógico y el didáctico son muy importantes en el perfil de un maestro, pero si sus prácticas carecen de afecto, empatía y energía emocional, seguramente estaremos ante un eminente catedrático muy idóneo en la instrucción, pero nunca ante un gran maestro asertivo en la formación.

Asimismo, el video anunciado constituye una hermosa práctica escolar digna de ser imitada en las escuelas. La práctica, aunque sencilla, es igualmente poderosa. De ella destaco: el niño escoge la forma como quiere ser saludado por su maestra; la maestra personaliza el saludo para sus estudiantes; el niño se toma su tiempo y reflexiona sobre cómo quiere ser saludado; la maestra respeta y acata sin condición la voluntad del niño; ambos, niño y maestra, elaboran un ritual extraordinario para comenzar las aventuras de aprendizaje que les traerá una nueva jornada escolar.

Estoy convencido de que las grandes lecciones de pedagogía las han escrito los buenos maestros en la escuela, y no han sido precisamente el resultado de poderosas investigaciones dirigidas por eminentes doctores en educación, y las dos situaciones que inspiran la reflexión de hoy constituyen claros ejemplos de esta realidad.