“Rector, el profe Armando pasó el concurso de ascenso”, dice el coordinador a su jefe, quien responde con indiferencia: “Ya verás, no me produce ni frio ni calor”.
Recientemente se publicaron los resultados de la prueba de ascenso para maestros, según los lineamientos trazados por el Ministerio de Educación Nacional en el Decreto 1278. Este concurso es un paso obligado para que cualquier maestro pueda validar sus títulos académicos, obtenidos con gran esfuerzo académico y económico. Sin embargo, este requisito es un obstáculo que frena la promoción de maestros meritorios, en lugar de una oportunidad para su cualificación.
Aunque un docente haya superado con éxito todas las exigencias de un programa de formación académica y demostrado un excelente desempeño laboral, no podrá ascender en el escalafón si no supera esta prueba. Incluso si ha sido evaluado favorablemente en su desempeño docente y ha obtenido títulos en las universidades más prestigiosas del mundo, si no supera el examen, no verá reflejada su formación ni compensado su esfuerzo en el salario.
Al respecto debo decir varias cosas. Nos encontramos con excelentes maestros que no logran ascender porque no superan la prueba, mientras que otros de muy bajo desempeño profesional la pasan. Y aunque existe el caso de los buenos docentes que alcanzan a superar la prueba y ser favorecidos por los beneficios salariales, lo realmente preocupante es que ninguno sabe por qué aprobó o reprobó. Es evidente que este sistema es perverso, ya que no tiene en cuenta los méritos, ni el desempeño laboral ni los esfuerzos académicos de los docentes. No entiende uno cómo semejante esperpento pudo ser aprobado por el sindicato de maestros.
Considero, igual que muchos otros, que cualquier sistema de ascenso docente debe basarse exclusivamente en el desempeño laboral y los méritos académicos. No debería existir prueba alguna por fuera de estas dos variables. Las escuelas deberían ser las encargadas de evaluar el desempeño laboral de los maestros, y las universidades o instituciones de educación superior, de las evaluaciones académicas y de conocimientos.
Armando, un profesor con un desempeño laboral mediocre, ha superado la prueba, y eso explica la indiferencia del rector. Pero cuando este se entera de que la profe Dolly, una excelente maestra que ha hecho grandes esfuerzos económicos y académicos para terminar su maestría, no aprobó el examen, le dice con tristeza: “Profe, se me arruga el alma con usted. No es su culpa ni la de sus estudiantes. Que el rostro de gratitud de ellos sea, al menos por ahora, su recompensa por la noble labor que usted entrega como maestra”. Al día siguiente, el profe Jaime se acerca al rector y le dice: “Jefe, pasé”. El rector lo abraza y le responde: “Profe Jaime, me alegro con usted. Disfrute de la recompensa que bien merecida se la tiene”.
Hace algunos días me preguntaron: “¿Cuánto debería ganar un maestro?” A lo cual respondí: “Un buen maestro siempre debe ganar más. Lo que gane es poco, porque nunca la sociedad ni el Estado lograrán compensar completamente la labor de un buen maestro. Su impacto en la vida de los seres humanos trasciende dimensiones insondables. En cambio, un mal maestro puede causar tanto daño que no debería tener paga”. De hecho, hablar de un “mal maestro” es ya una contradicción en sí misma. Si es maestro, no puede ser malo.
A los buenos maestros que superaron el concurso, mi abrazo de regocijo y mi aliento para que cada día sigan tejiendo la esperanza en la vida de sus estudiantes. A los buenos maestros que no pasaron el examen, mi solidaridad y ánimo. Que encuentren en los niños la recompensa que les ha negado el sistema. A los otros, una invitación a la reflexión. Finalmente, hago un llamado a las autoridades para que diseñen un sistema más equitativo que fomente la formación y el buen desempeño laboral, en lugar de imponer más obstáculos que desalienten la promoción.