Ahora que Kamala Harris, descendiente de migrantes, es la candidata aclamada de los Demócratas a la Presidencia de Estados Unidos, con muchas posibilidades de acceder a la más alta magistratura de su país, habría que recordar el impacto causado por el triunfo en 2009 de Barack Obama (1961), político de madre blanca y padre negro nacido en Kenia, que inició su carrera política en las barriadas de Chicago, haciendo trabajo de campo altruista para tratar de salvar a niños, jóvenes, madres y viejos de la pobreza y la marginalidad.

Kamala Harris (1964), hija de un jamaiquino negro y una india originaria de Madrás, en el sur de la India, creció en Oakland, población habitada principalmente por afrodescendientes, situada a un lado de la ciudad universitaria de Berkeley y la bella San Francisco, en California, lugares donde viví hace mucho tiempo en la década de los 80 y cuyos parajes recorrí en bicicleta y a pie en los permanentes ambientes primaverales al lado del mar, la bahía y el Golden Gate.

California, además de centro de la actividad cinematográfica de Hollywood y la industria informática y digital, ha sido cuna de la contracultura y generadora mundial de las ilusiones del american way of life en el mundo, así como de la lucha por los derechos humanos y el militantismo hippie y pop contra la guerra de Vietnam y la discriminación racial, además de epicentro clave de la cultura mexicana e hispánica, pues perteneció a México hasta la invasión norteamericana de 1847.

Allí la hija de académicos extranjeros graduados en las universidades californianas de Stanford y Berkeley vivió sus primeros años, antes de trasladarse con su madre a Canadá tras el divorcio de sus padres. Después de sus estudios universitarios en California ascendió como funcionaria local hasta llegar a ser la procuradora de la ciudad de San Francisco y luego del poderoso y rico estado progresista estadounidense, cargo en el que se destacó y desde donde se izó hasta las altas esferas del poder, primero como senadora y luego al ser escogida como vicepresidenta del demócrata Joe Biden.

Gracias a la famosa campaña de Obama y su consigna “Yes, we can”, se cumplió el sueño centenario e impensable de que un mestizo de origen negro llegara a la Presidencia de Estados Unidos, cumpliendo la utopía de muchos líderes negros, entre los cuales figuran en la leyenda Martin Luther King, Malcolm X y Angela Davis. Durante siglos los negros fueron esclavizados, humillados y marginalizados y hasta hace poco sufrían en carne propia el odio racial en la vida cotidiana, por lo que el triunfo de Obama inició una ola mundial de reivindicación de sus derechos, que ahora se ratifica con la candidatura de la afro-asiática Kamala Harris.

Por eso hay que leer con atención el gran libro de juventud “Los sueños de mi padre. Una historia de raza y herencia” de Obama, quien además de gran jurista y político es excelente escritor y pensador, donde cuenta con brillante y conmovedora prosa los difíciles arcanos de sus orígenes múltiples y su camino desde abajo hasta las alturas del poder, trabajando con los pobres de las barriadas de Chicago.

El empoderamiento de los afrodescendientes y los pueblos originarios, como ocurrió en Sudáfrica con Nelson Mandela en su lucha contra el Apartheid, es necesario y vital para dejar atrás la nefasta y persistente estela dejada por siglos de colonialismo occidental en el mundo. Que se abran las altas esferas del poder a negros, indios y mestizos en el mundo, especialmente en Europa, Estados Unidos y América Latina, es un gran progreso para la humanidad.