Cuando el joven despunta a la literatura y comienza a amar los libros y pasar las noches leyendo novelas, poemas o ensayos, lo hace a sabiendas de que el camino es el más peligroso, pues la mayoría de sus héroes fueron fracasados en vida, víctimas de las circunstancias e incluso agobiados por la locura, la enfermedad o la pobreza. Primero el lector se encuentra con el poeta adolescente Arthur Rimbaud, quien murió en un hospital de Marsella, mutilado, sin saber que después se convertiría en una gloria nacional y mundial.
Después de escribir algunos poemas y prosas y leerlos en cenáculos de París en el marco de su relación homosexual con el poeta maldito Paul Veraline, Rimbaud huyó de todo durante la vida en un viaje interminable que lo llevó a muchos lugares hasta recalar en Abisinia, donde fue encargado de trilladoras de café y negocios varios, entre ellos el tráfico de armas. Buscó en vano la riqueza, pero se le atravesó la enfermedad.
Lo mismo ocurre cuando el joven lector descubre la Metamorfosis de Franz Kafka, otro autor maldito que este 2024 cumple cien años de muerto. Si no fuera porque su amigo Max Brod no quemó los borradores de sus obras como se lo había pedido, en la actualidad nada o pocos sabríamos de él. Igual que Rimbaud, Kafka vivió sus últimos meses aquejado por la enfermedad. Si el joven descubre al poeta uruguayo y francés Lautréamont, autor de los magníficos y terribles Cantos de Maldoror y una colección de poesías y quien murió muy joven y solitario en un hotel del centro de París, también descubrirá que sus publicaciones a cuenta de autor financiadas por su estricto padre fueron un fiasco total y que solo después fue redescubierto y convertido en mito moderno de la literatura.
Otro autor que ha fascinado a los muchachos que descubren la literatura muy temprano es Federico García Lorca, luminoso joven español que fue fusilado en 1936 tras una corta vida. Titiritero, dramaturgo, poeta, bailarín, músico, dibujante, García Lorca fue adorado por todos quienes lo conocieron y cada vez que llegaba de gira a alguna capital en el ámbito de la lengua castellana era recibido igual que Rubén Darío con todos los honores.
Así, uno tras otro, los héroes literarios que se nos atravesaron temprano nos indicaron que la tragedia y el fracaso signan por lo regular a poetas y escritores eternos, como el José Asunción Silva suicida y finisecular de la helada Bogotá de 1896 o el Barba Jacob de la tuberculosis y la sífilis, que no publicó casi ningún libro en vida y cuya leyenda fue posterior a su muerte en 1942. También están en la lista otros que nos fascinaron y fascinan como el romántico Hölderlin, que vivió como el francés Antonin Artaud gran parte de su vida aquejado por la locura e internado, o el genial Federico Nietzsche que de una juventud brillante y exitosa pasó a la demencia interminable al cuidado de su madre y hermana.
Noches enteras leyendo Así hablaba Zaratustra y otros de sus libros nos hicieron vibrar al calor de las ideas más locas, gozando esa prosa que aruñaba el pasado y el futuro y nos invitaba a volar por los abismos. Ejemplo máximo de lo que es el ejercicio literario como utopía y pulsión de abrir las más lejanas puertas y volar por el cosmos.