La Feria del Libro de Bogotá (FILBO) celebra este año su 35 aniversario y dedica la nueva versión del 18 de abril al 2 de mayo a México, país con el que Colombia siempre comparte a lo largo de la historia una estrecha relación de amistad e influencias culturales y literarias mutuas.
En varias ocasiones la Feria Internacional del libro de Guadalajara dedicó el evento a Colombia y muchos han sido los escritores y escritoras colombianos que a lo largo del tiempo han participado en esa fiesta del libro celebrada desde hace 37 años en Jalisco, tierra de Juan Rulfo.
En México han vivido muchos escritores colombianos de ambos sexos a lo largo de la historia, entre los que se destacan Porfirio Barba Jacob, Manuel Zapata Olivella, Laura Victoria, Germán Pardo García, Gabriel García Márquez y Alvaro Mutis, entre los fallecidos, y en Colombia a su vez vivieron o permanecieron algún tiempo autores mexicanos de la primera mitad del siglo XX como Carlos Pellicer, José Vasconcelos, y Gilberto Owen, entre otros.
Y eso sin contar la presencia en México de escultores o pintores colombianos que dejaron huella como Rómulo Rozo y Rodrigo Arenas Betancur, o pintores como Fernando Botero y Santiago Rebolledo, así como académicos, científicos, politólogos, historiadores, músicos, actores y empresarios, cuya enumeración sería interminable.
Pero esta vez me gustaría destacar de manera especial con motivo de la FILBO dedicada al hermano país, a una figura importante de esa amistad colombo-mexicana, la poeta Laura Victoria (1904-2004), cuyo nombre original era Gertrudis Peñuela, nacida en Soatá (Boyacá), y quien murió casi centenaria en la Ciudad de México, después de vivir en ese país durante 65 años, según cuenta su biógrafo Gustavo Páez Escobar.
Su poesía erótica en su juventud y mística al final recibió elogios en la primera mitad del siglo XX de Guillermo Valencia, Rafael Maya y Nicolás Bayona Posada y algunos críticos consideran que su obra, precursora para su tiempo, tiene vasos comunicantes con otras grandes poetas latinoamericanas de esa época como Juana de Ibarbouru, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Gabriela Mistral.
Esta escritora, quien fue de gran belleza, se desempeñó también algunos años como diplomática en México y Roma, luchó por la vida en tiempos hostiles como una guerrera, por lo que ya es hora de que las instituciones colombianas investiguen y rastreen su interesante vida viajera y su obra de exilio, desconocidas y ocultas debido la hegemonía siempre patriarcal y machista que ha caracterizado hasta hace poco a la literatura colombiana.
En muchos aspectos ella fue una precursora por las vicisitudes de su vida y obra y es un ejemplo del impulso secreto de las mujeres en el historial de la literatura del país, que comienza por fortuna a ser rescatado por las nuevas generaciones de universitarias que dedican estudios a narradoras tan importantes como Elisa Mujica, Helena Araújo, Marvel Moreno, Alba Lucía Ángel y Fanny Buitrago, o poetas como Meira del Mar, Olga Elena Mattei o Maruja Vieira y Beatriz Zuluaga, entre otras muchas.
Laura Victoria, autora de Llamas azules (1934) y Cráter sellado (1938), nos dio aun más sorpresas en su vida de novela, pues fue la madre de una gran actriz colombiana que tuvo como seudónimo Alicia Caro (1930) y quien se destacó en la época de oro del cine mexicano, al ser protagonista de la película La Vorágine de Miguel Zacarías en 1945 y por actuar en múltiples cintas al lado de Libertad Lamarque, Sara García, Tin-Tán y Jorge Martínez de Hoyos (1920-1997), gran actor con quien se casó y vivió muchos años hasta que él murió.
Tuve la fortuna de ser presentado a Alicia Caro y Martínez de Hoyos, protagonista de la película Tiempo de Morir de Arturo Ripstein, en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Pero en la novela interminable de esta amistad colombo-mexicana, otro detalle curioso es que el padrino de la boda de la actriz colombiana y el galán mexicano fue el joven Gabriel García Márquez, amigo de la pareja desde cuando se dedicaba al cine como guionista, antes de escribir Cien años de Soledad y volverse gloria mundial.
O sea que nunca terminan las sorpresas que nos depara esta hermandad interminable y fecunda entre México y Colombia que debe explorarse aun más. Será para quienes asistan a esta versión dedicada a México una felicidad estar ahí deambulando entre los pabellones de tantas editoriales internacionales, universitarias e independientes en busca al azar de algún libro inolvidable.
Esta vez no estaré presente en la FILBO, pero mi corazón, que también es un poco mexicano porque viví tres lustros en aquel país, deambulará por ese lugar celebrando a colombianos que como la desconocida poeta Laura Victoria se quedaron para siempre en México. Con Laura Victoria celebrará la FILBO el loco Porfirio Barba Jacob, quien amaba tanto a México que se olvidó de que era colombiano y fue expulsado varias veces por intervenir en asuntos de política interior mexicana, lo que está prohibido por el famoso y temido artículo 33 de la Constitución del país donde a lo largo de milenios florecieron las civilizaciones de olmecas, teotihuacanos, mayas, zapotecos, mixtecos y aztecas y muchas más y se han registrado maravillosos mestizajes sincréticos y barrocos de culturas cosmopolitas de todo el mundo.