En uno de sus artículos para Eje 21, el doctor Hernando Arango Monedero escribió: “Hay que decir, en defensa de Petro, que la idea de involucrar a los recicladores en el proceso de recolección de basuras, no le salió bien por atalantado y falto de rigor en la planeación del sistema. Atalantado, ese es su gran problema en todo lo que acomete, tal y como lo es en el caso que nos ocupa sobre el metro hoy” (El diálogo nuevo, 11/2/2023). Uno de mis corresponsales me pregunta si, en lugar del adjetivo ‘atalantado’, el autor debió escribir ‘atarantado’, calificativo que le cae como anillo al dedo al personajillo mencionado. No, porque con la acepción de ‘aturdido, atolondrado’, son sinónimos. En los diccionarios de la Real Academia de la Lengua del siglo XX está asentado el verbo ‘atalantar’ en dos entradas separadas, así: “Atalantar (de a y talante). Agradar, convenir”. “Pronominal. Acodiciarse, prenderse”, le agrega en la decimonovena edición. Y “Atalantar. Atarantar”. Pero desde la vigésima segunda edición (2001) están las dos entradas de esta manera: “Atalantar1. (De talante). tr. Extremadura. Tranquilizar. U. t. c. pron. // 2. intr. poco usado. Agradar, convenir. // 3. pron. anticuado, Prendarse, enamorarse”. Y “Atalantar2. tr. Desusado. Aturdir (//Causar aturdimiento). Era usado también como pronominal”. Aunque ‘desusado’ con esta acepción, el verbo ‘atalantar’ no deja de ser castizo. Es conveniente sacar del olvido de los diccionarios estas palabras. Nota: ‘Atarantar’, derivado de ‘tarántula’, viene del italiano “attarantare, princ. del s. XVI, propiamente ‘morder’ (la tarántula) causando trastornos nerviosos” (Corominas).
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Ya son, con ésta, veinticinco las veces que he tratado la confusión inexplicable de los verbos ‘infringir’ e ‘infligir’. En esta oportunidad, el culpable fue El Fraile, que le dio a ‘infringir’ la significación de ‘infligir’ en la siguiente narración: “…al cual (el corral en el que soltaban al toro ya herido) ingresaban los varones del festejo, principalmente el novio, quienes debían untar sus vestidos con la sangre que manaba de las heridas que se le habían infringido al bovino” (LA PATRIA, 19/2/2023). “…que se le habían infligido al toro”, correctamente. ‘Infringir’ es ‘quebrantar o violar leyes, órdenes o mandatos’; ‘infligir’, el verbo apropiado en esa narración, es ‘causar un daño, imponer un castigo’. Todos los que escribimos por oficio o por gusto, no me canso de repetirlo, debemos tener a la mano los diccionarios. Y aprovecharlos.
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El comentarista deportivo Javier Hernández, el “Cantante del gol”, termina siempre sus intervenciones en el noticiero de RCN con estas palabras: “Que el Señor les siga bendiciendo”. Y hasta ahora, que yo sepa, nadie lo ha corregido. Quizás porque a nadie le importa el lenguaje correcto. ‘Les’ es el caso dativo plural (complemento indirecto) del pronombre personal de tercera persona, masculino y femenino. Y en la frase del comentarista, el pronombre es complemento directo (acusativo) del verbo ‘bendecir’, que, en este caso, por aludir a ‘todos’, es ‘los’ (género gramatical no marcado): “Que el Señor los siga bendiciendo”. La diferencia gramatical se puede apreciar con este ejemplo: “Que el Señor les siga bendiciendo sus familias”: en esta oración; ‘sus familias’ es el complemento directo; ‘les’, indirecto. Elemental.
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En Derecho, con el adjetivo ‘penal’ se califica todo lo relativo o perteneciente al ‘delito’, al ‘crimen’. Por esto, es un pleonasmo decir ‘delito penal’, como en la siguiente frase: “Ahora, en lo relacionado con los anónimos de los delitos penales, no son las redes sociales las instancias para darlos a conocer…” (LA PATRIA, Sergio López Arias, 21/2/2023). Todo delito es penal. Hay delitos consumados, de odio, flagrantes, frustrados, de lesa humanidad, de lesa majestad, políticos, de sangre, etc. Todos, por supuesto, ‘penales’, merecedores de castigo (pena), que en el gobierno actual es desempeñarse como ‘voceros’ o ‘gestores de paz’, sin importar la gravedad del delito.