El ‘almizcle’ es una “sustancia blanca aromática que se extrae de algunos mamíferos, particularmente de la bolsa que tiene en el vientre el almizclero” (M. Moliner). Se le dice ‘almizclero’ al rumiante que tiene la bolsa que la segrega. Por su viscosidad y olor agradable es empleado en perfumería. Se extrae también de algunas aves.

Según esto, y porque no tiene otros significados, el columnista Ricardo Correa Robledo utilizó erradamente ese sustantivo en esta declaración de su artículo “¿Ver o no ver las noticias?”: “...la mezcla de los hechos y las valoraciones, un almizcle tramposo para crear una nueva realidad que corresponda a los intereses del emisor” (LA PATRIA, 30/1/2025).

Me atrevo a decir que confundió esa palabra con ‘mezcolanza’ (‘revoltijo’) o, de pronto, con ‘combinación’, más apropiadas las dos para expresar su idea. Según J. Corominas, ‘almizcle’, registrada por primera vez en 1406 (‘almizque’), viene del árabe ‘misk’, y éste del persa ‘musk’.

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En su artículo sobre el sacerdote poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, y luego de dar algunos datos biográficos suyos y de comentar la desatención que sufrió del papa Juan Pablo II en 1983, el columnista Sergio Ramírez afirma que aquél fue suspendido ‘ad divinis’ (El Tiempo, 30/1/2025).

Esta locución latina, expresada correctamente, es ‘a divinis’, porque en latín la preposición ‘ab’ (‘a’ antes de consonante), que significa ‘origen, procedencia’, rige ablativo (complemento circunstancial), por ejemplo, ‘ab ovo’ y ‘ab initio’ (‘desde el comienzo’).

En cambio, la preposición ‘ad’, que significa ‘inclinación, tendencia’, rige acusativo, verbigracia, ‘ad infinitum’ (‘hasta el infinito’, ‘sin límites’), por lo que la locución ‘ad divinis’ es un absurdo gramatical, que, en buen latín, sería ‘ad divina’ (‘hacia lo divino, hacia las cosas divinas’).

La ‘suspensión a divinis’, según el Derecho canónico, es, sin entrar en pormenores, el castigo que se le inflige a un sacerdote católico por alguna contravención que lo haga merecedor de él. El sacerdote así castigado no puede ejercer su ministerio, aunque siga siendo sacerdote.

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El verbo ‘mandar’, cuando es sinónimo de ‘ordenar’, tiene como complemento directo un verbo en infinitivo, por ejemplo, ‘lo mandó matar’ (‘le ordenó matar’), no, ‘lo mandó a matar’, porque construida de este modo la oración, la preposición ‘a’ cambia de todo en todo su significación, pues, así, la ‘víctima’ se convierte en ‘victimario’.

Esta norma gramatical elemental es olvidada, o, peor, ignorada, por escritores y columnistas que deberían conocerla, como el de El Tiempo Ricardo Silva Romero, que esto escribió: “...de aquellos que el presidente Petro mandó a devolver y a traer sin cadenas...” (31/1/2025).

Castizamente, “...de aquellos que el presidente mandó devolver y traer sin cadenas...”, porque él no ‘mandó’ a nadie a ‘devolverlos y traerlos sin cadenas’, sino que él, inconsultamente, ordenó hacerlo. Además, en la construcción tratada, y en este caso equivocada, el verbo ‘mandar’ ya no significa ‘ordenar’, sino ‘enviar’.

Es evidente, por tanto, y como lo anoté antes, que la preposición ‘a’ cambia el sentido de lo que se pretende expresar.

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Aludiendo a la ‘conmoción interior’, el columnista de LA PATRIA Guido Echeverri P. escribió: “Los hechos del Catatumbo (...) indujeron al presidente Petro a utilizar por doceava vez la figura” (1/2/2025).

Correctamente, “...por duodécima vez...”, porque los numerales ordinales, como su nombre lo indica, señalan el ‘orden’ en que algo sucede, en que están colocados los objetos, etc., oficio este que no desempeñan los ‘partitivos’, porque el suyo es expresar las partes de la división de un todo, verbigracia, ‘la doceava parte de la población es indiferente’.

Estos numerales terminan en ‘-avo-a’, menos ‘medio, tercio, cuarto, quinto, sexto, séptimo, octavo, noveno, décimo, centésimo, milésimo, millonésimo’.