Esta es mi columna número cien. 100 columnas son en promedio 60.000 palabras, 180 páginas y 400 horas de trabajo. Pero más allá de los datos hay cosas con mayor trascendencia, como el proceso y el crecimiento. Hace algo más de 4 años, con mucho orgullo y responsabilidad, gracias a Nicolás Restrepo, debuté como columnista de LA PATRIA, el periódico de casa y de mi corazón, esto después de haber hecho parte su equipo durante 25 años.
Nunca me imaginé que este rol de columnista fuera a resultar tan enriquecedor. Primero por la disciplina, pues más allá de que esto sea ad honorem, entiendo mi compromiso quincenal para con el periódico, para con mis lectores y para conmigo misma. Normalmente madrugo, trasnocho o interrumpo la cotidianidad para cumplir. Solo por causa mayor, he dejado de hacerlo 4 veces.
Han sido 4 años de crecimiento, pues para preparar la mayoría de mis columnas leo, estudio y profundizo en el tema. En un comienzo mi foco exclusivo fue la alfabetización digital, tan necesaria para afrontar los retos actuales. Pero a medida que fui cogiendo confianza entendí que este espacio es también una oportunidad de denunciar temas de ciudad, relacionados con cultura, violencias de género, entre otras. También escribo sobre la vida, me gusta abrir el corazón de manera pública a asuntos más humanos y cotidianos.
Escribir una columna de opinión es desnudar el alma y también es someterse al escarnio público, pues lo que se dice puede no caer bien en las audiencias. Quienes escribimos mostramos lo que somos, y me encanta. Escribir y hablar libera, pero en lo primero hay más rigor para poner las palabras en orden.
Este camino de escritura de columnas, que disfruto con el alma, me llevó a escribir un capítulo de un libro, cuyo lanzamiento será el 14 de agosto en la Cámara de Comercio de Cali. Hecho absolutamente impensado en otro momento de mi vida, pero que me gocé; fue un proceso muy fluido.
Me siento muy feliz de tener este espacio. A LA PATRIA, gracias por abrirme sus páginas, y a mis lectores, gracias por leerme. Sin duda por mis columnas ya me conocen.

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Hace un par de semanas el país se conmovió con el suicidio de Catalina, durante días ha sido tema de conversación, salio a la luz lo que todos sabemos, y lastimosamente no lo pude abordar en su momento. Como mamá de médico, y profesora universitaria, tengo para decir que las universidades han sido laxas y “se han hecho las de la oreja mocha”. Ya es hora de que prescindan de personajes maltratadores, acosadores y con mal desempeño; porque todos sabemos quiénes son, pero pese a esto se perpetúan en sus cargos como vacas sagradas. Sin duda el primer requisito para ser profesor y propender por un mundo mejor es ser buen ser humano. ¡Qué importante sería que las universidades lo entendieran y tomaran cartas en el asunto!