De la venta del Once Caldas, nada. Compradores “buchiplumas”, nada más.
El veto a Wílmer Roldán, el árbitro, es urgente, para evitar un escándalo de proporciones, si se produce la reacción masiva y agresiva del público que lo ve, cuando pita, como una provocación.
El dios del fútbol.
Hace rato se puso al Once Caldas de ruana. Nada se hace o se dice al respecto desde la dirigencia, por la transición en el mando, por la indiferencia o el temor a las represalias.
Mateo García su última víctima. Le dio vía libre con perdón inaudito a Rovira del Tolima, para su patada alevosa. La que él no vio, o no quiso ver, y todos vimos y que por poco saca al laborioso mediocampista de los estadios por largo tiempo.
Respecto al presente del equipo, el Once Caldas selló su clasificación con holgura, como premio mayor hasta el presente, a cuatro partidos del torneo regular, lo que nunca había ocurrido.
Firme en la parte alta de la tabla, con el respaldo emotivo de los aficionados.
Pero volvió el Dayro ansioso por la intermitencia de sus goles, incrementando su intolerancia frente a los errores. No reaccionan sus compañeros para no afectar la convivencia.
Por el rendimiento “lagunero” de algunos jugadores, la falta de ambiciones y de razones para garantizar las victorias, la carencia de nómina, los errores de atención y los ataques de los egos, el Once no tiene, en estos días, la estampa esperada de un campeón.
Aparecieron los errores injustificados de futbolistas habitualmente efectivos, como Aguirre, Mateo, Patiño, Rojas y Barrios, enfrentado este último una reducción alarmante en su rendimiento.
Por fortuna, ante los altibajos de Lucas Ríos, está Alejo García con su crecimiento y su lúcida influencia en el juego.
Por lo hecho a lo largo del año y no por su presente, el Once Caldas es una alternativa para optar por el título. Aunque grave es creérselo, sin ganar nada, sin duplicar el esfuerzo, sin competir con seriedad y compromiso.