Fanny Bernal Orozco * liberia53@hotmail.com
Durante mucho tiempo de mi vida, trabajé con seres humanos consumidores y adictos a diferentes drogas. Fue un largo tiempo, en el cual, afrontaba corrientemente una realidad colmada de dilemas y paradojas, ante personas que se desvanecían en las marañas de la adicción, en el desespero por el consumo y cuya única y más imperante necesidad, era la de poder evadirse para continuar en la escalada de su destrucción. Fueron años de inconmensurables frustraciones, temores e ilusiones.
Me enfrentaba a escenas cotidianas donde menores y adolescentes, de ambos sexos, luego de entrar en un periodo de desintoxicación y deshabituación, de ser cuidados y acompañados para el mejoramiento de su salud física, nutricional y emocional, de su aspecto físico; retornaban a su vida familiar, vecinal, con sus pares y, en ese desandar los caminos, regresaban a la oscuridad de la adicción. Era un reencuentro, en el cual se perdían nuevamente sueños, proyectos y, de manera especial, la salud mental y la dignidad.
Tantos esfuerzos y esperanzas truncadas, tanto agotamiento emocional, tanta impotencia y tanta frustración y desencanto.
Inducir al consumo desde los cinco o seis años, es condenar a una persona a vivir en las tinieblas y eso, de verdad, no tiene por qué ser aprobado, negociado, ni aplaudido por ninguna sociedad, menos aún, cuando el Plan de Desarrollo de este gobierno se denomina: Colombia, potencia mundial de la vida, que en este caso puntual, se queda en un logo distante de la realidad.
Y es que no se necesita ir muy lejos. Veamos: los vendedores están por todas partes, al acecho. Son como buitres, son ávidos y violentos. No conocen la empatía, lo que les importa es vender y ganar. Jamás se han puesto a pensar en las vidas que se pierden, aunque sigan vivos a través del consumo.
Tanto los pequeños, como los grandes vendedores, han acabado con el presente y el futuro de miles de seres humanos. Familias enteras sufren las consecuencias del consumo: abandonos, separaciones de parejas, suicidios, desapariciones, pérdidas económicas, ausencia de sentido de vida.
Pero además de toda esta miseria, también lo controlan todo, de palabra y de hecho, por medio de las armas y el miedo, en extensos territorios y grandes comunidades, sin dejar de lado también el inmenso impacto ambiental. Es que se necesitan muchos años de trabajo y dinero para reforestar las áreas inundadas de tales cultivos ilícitos, a fin de poder impactar de manera positiva en el cambio climático.
- Y mientras el enfermo adicto y su familia viven en un callejón sin salida, el traficante nada en la opulencia.
- Y mientras el adicto termina solo, abandonado y en la calle, el traficante viaja, gasta y hace ostentación de su poder.
- Y mientras el adicto pierde todo, hasta su dignidad, el traficante se pavonea por diferentes países y ciudades sin asomo de vergüenza.
- ¿Cuánto le ha costado a Colombia este flagelo y le seguirá sumando o multiplicando?
* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.
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