Fanny Bernal Orozco * liberia53@hotmail.com
Son muchos y diferentes los testimonios de las personas que están en duelo por la ausencia de un ser querido que ha muerto por suicidio. Y aunque hay un común denominador que se llama dolor y sufrimiento, hay otras emociones que son igualmente importantes: rabia, culpabilidad, vergüenza, desesperación, miedo, ansiedad frecuente, cansancio extremo; además de mareos, estrés, cambios de sueño y alimenticios. Y en no pocas ocasiones, deseos de esconderse para no tener que hablar con nadie y menos responder las preguntas imprudentes e irrespetuosas que hacen las personas, sin ninguna consideración.
Hay muchas rutinas que se tornan difíciles como volver a la casa, hacer las tareas cotidianas, regresar al trabajo o al estudio, ir al supermercado, caminar, en fin; todo ese mundo pesa y es causa de más agobio y desolación. Los demás poco lo entienden, no saben escuchar y consideran que acompañar es estar hablando de asuntos que al doliente poco le interesan en esos momentos.
Una señora compartió esta situación: "Desde antes de que mi marido tomara la decisión de partir, estábamos invitados a una boda en una capital cercana. Por supuesto que los preparativos siguieron y, en la última novena familiar, la conversación giró en torno al peso, la talla y las dietas que cada una estaba siguiendo para poder lucir sus vestidos. Yo me fui al cuarto y dijeron que yo era muy cismática, que había que pasar la página y que el mundo tenía que seguir".
Comentarios que por supuesto no se deben hacer. Sí, el mundo sigue andando. Sin embargo, para el sobreviviente, su mundo se partió en dos, lo cual también lo lleva a sentir una absoluta indefensión, enorme desconsuelo y frustración; además de una total desconexión.
Entender esa pena del otro, no es fácil. Se requiere bondad de corazón. Y es que a veces el dolor causa molestia en otros, los pone de mal genio y consideran que pasar la página es algo que se debe hacer de manera rápida. No entienden que cada sobreviviente ha tejido una historia única con ese ser que partió y que por ello su respuesta emocional es individual y particular.
Condenar a los dolientes al silencio, a que no expresen su dolor, a que tengan que guardar las apariencias, es una inconmensurable falta de compasión. Es minimizar la pérdida, es irrespetar y dar la espalda a una tragedia que requiere de un gran apoyo emocional y del uso de un lenguaje arropador con los sobrevivientes.
Así mismo, es reprochable que muchas personas ven las muertes por suicidio, como un espectáculo que hay que compartir por redes, como si hicieran parte de un performance. Estos actos vulneran aún más y agreden la intimidad, tanto de los sufrientes, como de quién ha tomado la decisión de morir por suicidio.
El proceso de pos-vención (brindar cuidado y efectiva escucha a los sobrevivientes) se logra, si se hace una atención oportuna y eficaz a los supervivientes. En principio, en la atención en crisis, la ansiedad y el estrés postraumático, como condiciones esenciales, para ir -poco a poco- adaptándose a la realidad de la ausencia y para aprender a cuidar de la salud emocional, mental y física.
* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.
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