Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
Correo: editornoticias@lapatria.com
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Vuelve John Grisham con su acostumbrado estilo de thriller en una historia que hace recordar por el escenario en que se desarrolla los relatos de Faulkner, ese que tanto influenció a nuestro García Márquez. Y se parece el relato no tanto por su estructura como por retratar ese sur de Estados Unidos, ese crisol de gentes del Mississipi y sus alrededores con vista al mar.
Biloxi es una ciudad en el condado Harrison, que, según el relato, fue construido por inmigrantes croatas que supieron aprovechar los años de la prohibición para sacarle provecho al negocio de las ventas de licor, al juego clandestino y a la prostitución, un escenario para que florecieran mafias de todo tipo.
El texto atraviesa generaciones para llegar al nudo de la historia, que tiene que ver con dos pequeños que se encuentran muchos años después en orillas distintas del destino. Los que fueron los mejores amigos del Instituto y del equipo de béisbol terminaron por dirigir uno el presente de la mafia de Los chicos de Biloxi y el otro en el estrado en representación del Estado y para perseguir a quienes hicieron de esa zona un lugar sin Dios ni ley.
Tengo que decir que en su intención de hacer un libro que trascienda la historia, y que algunos celebran como una saga al estilo El Padrino, el superventas Grisham se torna por momentos aburrido, para mi gusto y solo el mío. Esta sensación provoca que por momentos se piense en que el autor se desvía del foco y cambia el hilo conductor, lo que despista un poco hacia dónde quiere dirigir la historia. No obstante, al final retoma el rumbo y los últimos capítulos hacen que haya valido la pena el esfuerzo de superar la parte lenta.
El libro tiene todos los elementos del thriller están servidos: el héroe y el villano, el suspenso, un giro inesperado y un final que sorprende porque parece un duelo, un cara a cara a muerte, aunque ya se sabe quién será el que reciba el toque de gracia definitivo. También incluye a un delincuente con conciencia y a otro tan torpe, que fue el eslabón que permitió anudar la soga del crimen.
El autor sabe decidir muy bien cada elemento, de nuevo aprovecha su conocimiento sobre la abogacía para llevarlos al estrado y mostrar cómo en este lugar se desnuda el verdadero elemento del ser humano. Para los que no son amantes de Grisham, no les voy a mentir, la cantidad de nombres, de lugares y personajes secundarios, y de historias que no podían ser parte de la esencia de la historia principal, dificultan seguir el relato, sobre todo por lo alargado, pero con seguridad encontrarán recompensa.
Sí siento que pudo haberse escrito en 100 páginas menos y que vendría muy bien de nuevo para la editorial, pensar en tener una traducción a un español más latino no tan de la península ibérica, porque es más fácil encontrar en el sur de los Estados Unidos expresiones comunes con nuestro Caribe que hallarlos en los ajenos modismos de España.
El libro está dividido en cuatro partes que van dando paso a los diferentes momentos vividos en esa costa en casi 100 años, desde los orígenes de los primeros en crear la comunidad, hasta los últimos que tienen que librar una batalla para saber si se impone el orden o la corrupción. Al final, es la historia de dos vidas paralelas que demuestran cómo las decisiones sí definen tu destino, para bien y para mal. Y hay que asumirlas.
Espero que si se aventuran a leerlo sea posible que #HablemosDeLibros.
Subrayados
- Casi nadie lo admiraba, por su merecida reputación de corrupto, pero era un político de la vieja escuela que estrechaba todas las manos y besaba a todos los niños.
- La reunión lo animó y salió de ella con el convencimiento de que el periódico, una voz importante en la costa, lo apoyaría.
- Despreciaba a cualquiera que se anunciara como honrado.
- Se sentía demasiado joven para ocupar un cargo tan importante, pero había aprendido que en política el momento lo era todo.