Hablar de las personas que sobresalen en nuestro medio y son reconocidas se convierte en un ejercicio difícil para el arte de escribir. Son personajes excepcionales que han dejado en alto su nombre y son referencia en nuestro entorno con sus realidades crudas y sus ficciones salidas de la cotidianidad, que nos muestran desigualdades, injusticias, absurdos reconocimientos a lo que siendo contra la sociedad, es visto como importante, por esa propaganda barata y penetrante que tenemos, con muchos seguidores, que manipulan a su antojo.
Con las ías, los celulares y los computadores, pensar es un verbo obsoleto, ya que para muchos son la fuente de “la cultura”, salida de falsas noticias, opiniones interesadas, manipulaciones sociales y educativas. Vivimos un mundo que gira alrededor de la tecnología, sin ser sometida al escrutinio y la rigurosa evaluación, para saber que casi todo eso es basura. Basura intelectual y pobreza académica que se extiende, en una generación que vive en el ciberespacio, alejada de la cruda realidad que tenemos en nuestro entorno.
Por eso hay que destacar a los no manipulados, que viven su propio mundo, lleno de riqueza vital, que ellos plasman en sus obras poéticas o literarias, para que los no alineados que los lean vivan en su imaginación lo que acontece en los escritos. Cómo no hablar de un personaje que ha dedicado buena parte de su vida a dejar escrito, lo que es su experiencia vital, su imaginación sin límites, su lucidez absoluta para escribir como su mejor manera de ponerse en contacto con una sociedad y quienes lo rodean.
Hablo hoy de Octavio Escobar Giraldo, médico de profesión, escritor por convicción y de sus buenos saberes. En la década del 80 me enseñaba a jugar ajedrez, en medio de esa guerra cruel y despiadada que vivía en el ejercicio médico. Desde entonces tengo claro que es un ser extraordinario, dotado de capacidad inigualable para escribir, ganador de muchos premios a nivel nacional e internacional, tratando de guardar un bajo perfil, que no puede mantener ante la excelencia de su obra literaria.
Sus novelas Manu, Cassiani, Cada oscura tumba, Mar de leva, Random House, El mapa de Sara, Después y antes de Dios, Ciudad de Barbastroy, Cielo parcialmente nublado, Destinos intermedios, 1851 folletín de cabo roto, El álbum de Mónica Pont, El último diario de Tony Flower; además de los cuentos: Hotel en Shangri-Lá, De música ligera, La posada del almirante Benbow, Las láminas más difíciles del álbum y El color del agua. Libros para niños, El viaje del príncipe. Historias clínicas y Manual de hipocondría, son parte de sus libros de poesía.
Finalista del Premio Rodolfo Walsh de la XXXVI Semana Negra de Gijón; XLV Premio Internacional de Novela Corta “Ciudad de Barbastro” y Premio Nacional del Ministerio de Cultura; ganador de la VIII Bienal Nacional de Novela “José Eustasio Rivera”; Premio Nacional de Crónica Negra Colombiana; Premio Nacional de Cuento de la Universidad de Antioquia; Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura de Colombia; Premio Confamiliar del Atlántico de Literatura Infantil y Juvenil; Premio Nacional de la Tertulia Literaria; XXIV Premio de poesía ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Con esos antecedentes es un excelente profesor de Arte y Humanidades. Octavio merece, sin duda, mucha admiración y un gran aplauso.