En 1921 René Gichard y Humberto Hoyos Robledo se convirtieron en los primeros aviadores que surcaron los cielos de Manizales, la emoción que despertó el histórico momento tuvo que haber sido absolutamente asombroso. Ese mismo año, como lo relata el distinguido historiador Luis Fernando Sánchez Jaramillo (Revista Impronta No. 19, 2021), se gestionaron los primeros $100 para realizar estudios que permitieran el arriesgado e innovador uso de hidroaviones sobre el río Cauca, ¡qué proeza!
Los primeros deseos de volar se realizaban desde el aeropuerto Santa Ana, de Cartago (1933); hasta que crearon el Matecaña (1944), el de Santágueda y El Edén, respectivamente (1948). Extrañamente, mientras los aeródromos de Pereira, Cartago y La Tebaida crecían y se mantenían, en tan solo 8 años al de Santágueda le comenzaron a inventar “problemas” que terminaron acabándolo y que aceleraron cuestionados procesos de especulación de tierras. La “solución” propuesta fue La Nubia, que entró en operación en 1956. Llegaron los años 70, se activaron nuevas emociones y se vuelve a mirar hacia Palestina, hasta configurar lo que hoy se conoce como el proyecto Aerocafé.
El pasado 29 de octubre en una de las sesiones de la Cátedra de Historia Regional en la Universidad de Caldas se realizó un interesante conversatorio con representantes de Aerocafé, la Academia y el exministro y exalcalde de Manizales Germán Cardona Gutiérrez; presentación que puede ser vista en la plataforma YouTube de Piedramaní. Los panelistas tuvieron coincidencias en algunos retos y desafíos del proyecto, como el tratamiento a las famosas “zodmes” o zonas de disposición de materiales de excavación sobrantes y que implican mover, para una primera etapa, unos 6 millones de metros cúbicos de tierra, que no se pueden tirar en cualquier parte. Pero más allá de la razonabilidad de los abundantes estudios técnicos y económicos existentes, es evidente la existencia de visiones pesimistas, escépticas, ambientalistas, culturales, desarrollistas y arqueológicas o patrimonialistas como las expuestas por Leonor Herrera, Cristina Moreno y Ómar Peña (2016) que dan cuenta de un profundo manejo emocional del proyecto que lo han llevado lentamente a una discusión de carácter moral.
Una visión optimista, por ejemplo, puede leerse en “Aerocafé: una historia que contar” editado recientemente por la Universidad Nacional, bajo la dirección del profesor Germán Albeiro Castaño Duque. Richard Firth-Godbehere, en su historia de la humanidad contada a través de las emociones señala que: “La historia nos muestra que las emociones son poderosas; que han forjado el mundo en la misma medida en que haya podido hacerlo cualquier tecnología, movimiento político o intelectual”. Y continúa: “Sin embargo, también pueden ser una fuerza oscura, capaz de destruir mundos a través de la guerra, la codicia y la desconfianza”.
Como a nadie se le puede quitar el derecho de soñar, ya se escuchan voces disonantes que desean continuar sumando iniciativas a estos ya más de 100 años de exploración aeronáutica en nuestro territorio, proponiendo la construcción de una pista de aterrizaje en el Kilómetro 41. ¿Competencia intraespecífica?