Los recientes casos de los gringos Timothy Livingston y Stefan Correa, quienes de visita en Medellín, y en las narices de las autoridades locales, satisfacían sus deseos sexuales con menores de edad, me trajeron a la memoria la polémica película de Pier Paolo Pasolini “Saló o los 120 días de Sodoma” (1976) donde cuatro pervertidos aristócratas deciden crear un reglamento en virtud del cual someten a todo tipo de ultrajes sexuales a un grupo de ingenuos adolescentes.
El filme se constituyó en una dura crítica a la sociedad de consumo y a la prevalencia de estructuras de poderes políticos y económicos que doblegan y someten de manera consciente y silenciosamente complaciente a las personas que componen los sectores más vulnerables de la población, como los infantes y adolescentes pobres. Lo que viene sucediendo en Medellín no es la manifestación de un fenómeno coyuntural, sino el resultado de una serie de sucesos históricos, sociológicos y culturales, que se han desarrollado de manera incontrolada frente a la mirada indiferente o temerosa de gran parte de su población. El sexo y la sexualidad han sido entendidos y percibidos en esta región en el marco de diversas dicotomías como pecado y delito, recesión y emprendimiento, pobreza y riqueza, deseo y lujuria, legalidad e ilegalidad.
Lo paradójico, es que estos desenfrenos lujuriosos se realicen en el que es considerado uno de los territorios mas ultraconservadores, radicales y religiosos del país y que es visto por muchos extranjeros como un infaltable destino turístico barato apto para la explotación sexual, las drogas, la rumba y el alcohol. La exportación de servicios intangibles desde la capital antioqueña también se encuentra en auge con la creación de empresas que forman o deforman jóvenes para convertirlos en lo que eufemísticamente se conoce como “modelos webcam” que ofrecen entretenimiento sexual para adultos extranjeros a través de plataformas tecnológicas.
Los estereotipos reflejados a través del reguetón también dejan en evidencia la confluencia de cuerpos perfectos modificados, sexo, drogas, lujos, joyas y licor que terminan proyectando una versión banal de que la felicidad solo es posible alcanzarla si hay dinero de por medio, sin importar como se consiga. La preocupación por estos temas siempre ha estado presente de manera esperanzadora en la mente de algunos intelectuales, escritores y artistas antioqueños. Una mirada profunda y sosegada a la maravillosa obra de Débora Arango Pérez, primera mujer en pintar desnudos femeninos en Colombia, permitirá reinterpretar lo que esta extraordinaria y desafiante mujer vio y vivió en su natal Medellín desde el momento de su nacimiento (1907): maltrato y abuso a la mujer, exclusión, violencia, abuso de poder y desigualdad social. Por eso no era muy querida por muchos de sus coterráneos paisas, por no reproducir modelos de adulación y apariencia. Es especialmente llamativa su obra “Justicia” (1944) que está cumpliendo 80 años y que muestra una mujer pobre, vestida de rojo y azul, prostituida, abusada y sometida por tres siniestros hombres representantes de la autoridad.
Lo que sucede en Medellín con la explotación y el abuso sexual no es sólo un asunto de ausencia o falta de autoridad, sino la exacerbación y normalización de unas subculturas traquetas y mafiosas que, en nombre del progreso y la innovación, andan destruyendo las ilusiones de incautas mujeres, madres, infantes y adolescentes. Los “Angeles City” es un lugar que queda a 85 kilómetros de Manila, la capital de Filipinas y es conocido como el “supermercado del sexo” un espacio sin limites éticos ni morales colonizado por las mentes y los bolsillos de muchos pervertidos extranjeros. ¿será esto lo que se quiere para Medellín y para Colombia?