Gonzalo Duque Escobar

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@godues

En las últimas décadas, el calentamiento del planeta ha intensificado incendios que destruyeron enormes áreas forestales. Basta ver los impactos de los grandes siniestros de los dos últimos años que se expresan en muertes, desplazamientos y destrucción de ecosistemas, tal cual lo advertimos durante 12 meses consecutivos desde marzo de 2023 hasta febrero de 2024 con lo ocurrido durante la sequía de la Amazonía, en Canadá donde se quemaron más de 150.000 kilómetros cuadrados de bosques, y en Grecia con la hecatombe forestal que dejó a Evros reducido a cenizas, confirmando que existe una relación estrecha entre incendios forestales y cambio climático.

Pero los anteriores eventos no son hechos temporalmente aislados, ya que similarmente en 2020 también se registró la destrucción ignífuga de 2 millones de hectáreas en Estados Unidos, donde las olas de calor han avivado las deflagraciones boscosas más extensas de las últimas décadas en todo el oeste de este país, luego de que los cambios en los patrones de lluvia y nieve, y otras alteraciones climáticas, han venido incidiendo sobre extensas coberturas vegetales generándose una mayor susceptibilidad a los incendios forestales, lo que incrementa la probabilidad de ocurrencia de eventos de mayor intensidad y amplitud.

En Colombia la ola de calor del 2023 que se intensificó entre enero y febrero de 2024 durante el período seco de la Región Andina gracias a El Niño, además de incrementar la probabilidad de conflagraciones y sequías en el Caribe, Valle del Cauca, Chocó, la Orinoquia, Los Andes y Caquetá, generó desabastecimiento de agua en varios departamentos y la ocurrencia de múltiples incendios, donde las regiones más afectadas fueron Santander y el altiplano Cundiboyacense, por lo que se afectó Bogotá donde ardieron los Cerros Orientales durante una semana, replicándose la problemática en Usme y en el Parque Timiza.

Pero el cambio climático como fenómeno que prospera desde finales del siglo XIX cuando la Revolución Industrial detona el uso masivo de combustibles fósiles, y con él las emisiones de dióxido de carbono que vienen calentando la atmósfera, aunque es un factor importante no es lo único que influye, ya que otras acciones antropogénicas que pueden iniciar el fuego son parte importante del riesgo, tal cual se ha relacionado en un estudio de Estados Unidos que muestra cómo entre 1992 y 2015 los humanos fueron responsables del 97% del origen de las combustiones en zonas boscosas.

¿Qué hacer entonces? No basta con el monitoreo del clima para prender alarmas previniendo eventos en áreas propensas donde el creciente déficit hídrico a lo largo del tiempo, termine afectando los suelos y secando la vegetación, cuando el aire se muestre más caliente y seco conforme se registren aumentos de la temperatura; lo anterior, ya que si la reforestación es la primera estrategia de fondo para luchar contra el cambio climático, es porque la deforestación causa el 18% de las emisiones de carbono del mundo y los bosques ayudan a bajar las temperaturas globales y a mitigar las olas de calor severas.

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