El café arábico originario de Etiopía y que con sombrío cubría ayer nuestras montañas hasta que llegaron los monocultivos de la caturra, llegó a Colombia tras extenderse por el planeta a partir del siglo XI, al descubrirse las propiedades de bayas encerradas en su fruto. Actualmente, el café tipo arábica que es el más cultivado, representa un 60% de la producción mundial mientras que el robusta contribuye con el 40%.
Pero si el cafeto arábico, la mejor entre 100 especies de dicha planta, tradicionalmente se plantaba a la sombra de árboles que contribuían a la seguridad alimentaria y a la biodiversidad, ahora al igual que el té negro y verde se cultiva en gran medida en enormes plantaciones expuestas al sol, como monocultivos que además de la deforestación, requieren uso intensivo de agua y agroquímicos, con enorme impacto y huella ambiental, lo que reducirá sus posibilidades en el mercado mundial.
El arábica, muy sensible a las plagas y que necesita mayores cuidados, con inferior cafeína y menos cuerpo que otras variedades, está considerado el mejor café por ser más equilibrado, aromático y de acidez agradable. Y en cuanto a la caturra, es una variedad que proviene de la familia de la variedad borbón y del grupo bourbon-typica, tras haberse logrado una mutación natural de un solo gen, la que se descubrió en el Estado de Minas de Gerais en Brasil y lo que hace que la planta crezca más pequeña.
Además, pese a que los caturrales por el enanismo del árbol admiten más plantas por hectárea y facilitan la recolección manual, con la amenaza del cambio climático aportando unos 2ºC y 10% de precipitación de más, deberá replantearse la caficultura para mantenerla entre los 600 y los 2.300 metros de altitud, garantizando con el sombrío el actual rango apto de temperaturas suaves y constantes, aunque no se podrá reducir la mayor precipitación pero sí incidir en la humedad relativa para prevenir impactos fitosanitarios.
Ahora, dado el empobrecimiento cafetero, ya que el cultivo cafetero en 2021 le aportó al Producto Interno Bruto del país el 1% contra el 9% de hace medio siglo, y si además la Unión Europea castiga los cafés y tés no orgánicos por su impacto ecológico, entonces, siendo la caficultura sustento de 500 mil familias colombianas, la pregunta es qué pasará si añadimos a dicha hecatombe la pérdida de aptitud en la mitad de los suelos cafeteros al 2050, si es que persistimos en modelos agroindustriales con monocultivos de base química.
La respuesta parece fácil: prendámonos del ecoturismo comunitario a la luz de los atributos que le reconoció al Paisaje Cultural Cafetero la UNESCO (2011) con la Declaratoria de Patrimonio de la Humanidad, reorientando la caficultura a la producción de cafés especiales orgánicos, certificados y con sombrío, antes que apostarle a 14 millones de sacos de café anuales y persistir en un modelo agroindustrial de enclave económico. A nivel mundial el turismo representa el 10,5% del PIB y 1 de cada 8 empleos.