Todos los días amanecemos con nuevos escándalos en el Gobierno Petro. Corrupción, acoso sexual, compra de votos en el Congreso, desfalcos a entidades estatales, “suicidios” de testigos clave, persecución a periodistas, degradación presidencial, ridículos internacionales, mentiras en los medios, sobrepaso de topes electorales, concesiones al terrorismo, etc. ¡Qué desastre!

Creía firmemente en que la justicia colombiana se hastiaría de tanto irrespeto del Gobierno y actuaría en consecuencia. Pero vemos que pasan los días y el silencio de los órganos judiciales se vuelve más ensordecedor y angustiante. Pasan los días y nos damos cuenta de que la inercia de la justicia linda con la connivencia y la complicidad, y de que Petro hace lo que se le da la gana sin escrúpulos, reato ni control. Y terminamos entendiendo que la degradación moral ha trascendido a terrenos inimaginables y que ya nada nos debe extrañar.

Nos encontramos entonces con supuestos moralistas que defienden a Petro por encima de los principios que invocan, pues su lucha termina cuando el violador tiene alguna relación con el sátrapa. Lo mismo a quienes condenan el paramilitarismo, pero terminan avalando a Mancuso como gestor de paz; o el abuso a menores de edad hasta el momento en que los abusadores son las Farc, el M-19 o algún grupo aliado del presidente. O feministas que se rasgan las vestiduras por el abuso a la mujer, hasta que el abusador es parte del Gobierno Petro, pues ahí pasan de víctimas a defensoras de su verdugo. O quienes destruyeron el país por una propuesta de reforma tributaria, pero callan ante el desastre de Ecopetrol, la salud, las pensiones y todo el aparato productivo.

Y entendemos también que nada distinto podemos esperar, porque el presidente nombra delincuentes en su Gobierno con el conocimiento de que lo son; nombra a sus compañeros de lucha armada en altos cargos de la Nación, a sabiendas de sus comportamientos criminales, de sus vicios ilegales, de sus aberraciones sexuales y de su pasado (¿y presente?) terrorista. ¿Cómo entonces esperar que reaccione ante un simple abuso o acoso sexual, o ante escándalos de corrupción en las entidades a su cargo, o de actos criminales y delictivos en las mismas, si todo esto es nimio comparado con lo que perpetró o cohonestó desde su juventud? ¿Cómo censurar con autoridad al acosador sexual, si paralelamente está avalando a los violadores de niños y protegiéndolos con impunidad o libertad, amén de seguridad, protección y dinero estatal?

Eso sería como si Garavito se hubiera atrevido a condenar a los pedófilos; o como lo que hacen Tornillo, Catatumbo, Pizarro, Cepeda y demás zurdos desde el Congreso posando de faros morales, cuando sus perversiones son de público conocimiento. ¿Qué más podemos esperar de Petro?

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El triunfo de Trump en los EE.UU., aparte de ser una demostración de valentía, persistencia y tenacidad, significa una derrota tangible para la izquierda latinoamericana que tendrá un dique conteniendo sus desbordes. ¡Tiemblan Petro, Maduro y demás déspotas!