Las historias familiares colombianas son profusas en detallar su composición, recordando el número de hijos que tuvieron don Emilio y doña Faustina. Los tatarabuelos se preciaban de la prole numerosa de la que descendían y de la que iniciaban, convencidos que cumplían con su deber.  
Eran felices, a su manera, cuando conocían que sus descendientes se organizaban en parejas y comenzaban la procreación de sus nietos. En Colombia fueron típicas las regiones que se distinguían porque sus familias crecían a un ritmo acelerado. Recordando, eran familias con a veces 15 o más de hijos; la mayoría nacidos vivos.
Salvo algunos países asiáticos, comenzaron a aparecer las tesis sobre la sobrepoblación del planeta, ¡Explosión demográfica!, y la necesidad de adoptar conductas para controlar los nacimientos. Colombia fue proclive a esta preocupación. Sus habitantes eran conscientes de que el mayor número de hijos debía ser intervenido produciendo limitación en sus embarazos. 
Llegó el masivo control de la natalidad mediante la utilización de métodos mecánicos, permanentes o provisionales, tanto en mujeres como en hombres, y químicos de ingesta diaria en mujeres, hasta llegar a las intradérmicos. Sin olvidar el coito interrumpido y el natural método de Ogino. Las parejas seleccionan los que mejor se ajusten a sus necesidades y facilidades. 
El país se acostumbró al menor número de hijos; generalmente oscila de 0  a 4, determinado exclusivamente por las decisiones de los padres.
Las razones a favor o en contra del control natal han sido numerosas. Ahora es un imperativo de la conducta social. Influyen en ello: La  estabilidad de la pareja; los factores económicos, a pesar de la disminución de la línea de pobreza de 1.600.000 personas; los compromisos laborales o educativos; el aborto; la religión; la irreversible realidad del aumento de la esperanza de vida al nacer; el desvío de la afectividad hacía los animales; la cada vez mayor dificultad de la existencia diaria; la tecnología sin límite; la incomprensión de la necesidad de entender y conservar la línea humana; y, la inconciencia del futuro de la presencia humana en el planeta.
Cada vez más, los dirigentes de muchos países revelan su consternación por la disminución de las tasas de natalidad y fertilidad.  
Se está a 76 años del siglo XXII y se han puesto metas al siglo XXIII para tratar de controlar o al menos estabilizar las tasas de natalidad (nacidos vivos anualmente dividido por la población media) y fecundidad (nacidos vivos anualmente por la población femenina de 15 a 50 años)
El último informe del DANE trae datos alarmantes: Las cifras cuatrimestrales, entre  2015 y 2024, indican una reducción paulatina de nacimientos hasta llegar a -14.6% (66.036), con una caída drástica en los dos últimos años. 
La proyección indica que en el año 2100 los nacidos serán la excepción. ¡Catastrófico!
¿Y, qué pasará con los relevos generacionales? A pesar del aumento de la longevidad, por ahora es indispensable el recambio por múltiples razones.