El pasado 26 de octubre se cumplió un aniversario, 134 años, de la muerte del florentino Carlo Lorenzo Filippo Giovanni Lorenzini, quien adoptó el pseudónimo del conocido Carlo Collodi   autor del maravilloso libro: Las aventuras Pinocho.
Cualquiera que haya pasado por un centro de educación básica, más antes que ahora, recuerda el famoso libro con las peripecias y transformaciones que sufrió la marioneta hasta convertirse en un niño real.
Sin embargo, lo más recordado se refiere al hecho atrayente de cuando Pinocho mentía le crecía la nariz, siendo esta la mayor identificación del muñeco de madera. En el relato de 36 capítulos, el aumento nasal fue descrito en capítulo XVII.
Diez años antes de morir, Lorenzini comenzó a escribir un relato de publicación semanal titulado Storia de un burantino, Historia de un títere, en Il Giornali dei Bambini.
Collodi,  estaba fascinado con la idea de escribir de   manera amistosa  sus propias certidumbres, utilizando la técnica de las parábolas. 
Un problema  evidenciado en las relaciones humanas entre los colombianos, es la mentira. Muy pocos, casi ningún ciudadano, puede esgrimir que jamás ha mentido en alguna etapa de la vida.
Comúnmente, las mentiras atienden a diferentes causas  para infinidad de objetivos, desde los aparentemente misericordiosos hasta los graves que pueden conducir a la tragedia o quizá la muerte de una o varias personas.
Hay expertos en la utilización de la mentira. Se ufanan de ello y hasta subsisten con su empleo directo, indirecto o indiscriminado, sin importar las víctimas, desde niños hasta ancianos.
Cínicamente en determinadas ocasiones se esgrime que de la mentira o de la calumnia algo queda.  Ello se convierte en un instrumento agresivo y en muchas ocasiones no se libran de esa conducta que puede terminar con víctima o víctimas en la cárcel o en el ostracismo. 
Hubo una época estricta de enseñanza y aprendizaje sobre la prohibición de expresar mentiras, primero orales y ahora a través de cualquier medio de comunicación. La verdad no es de la aceptación de todos, desde el empleo del subterfugio de medio verdad y medio falso, hasta creer que no importa la mentira con el fin de no tener preocupaciones o adoptar decisiones.
Familiares, amigos o enemigos, compañeros, jefes, subalternos, conocidos o no, o cualquiera, puede ser lesionado con una mentira. No hay mentirijillas ni mentirotas. Aunque legalmente la mentira puede tener diferentes gradaciones, ella por sí misma es una conducta antisocial. 
El colombiano está atrapado entre una maraña de mentiras, desde el gobierno hasta los miembros de cualquier círculo con intereses variados. El ciudadano se encuentra inmovilizado entre zarandas que lo vapulean inmisericordemente.  Es útil  cualquier aspecto de la vida ya sea que lo comprometa a él, su familia o su entorno social o laboral.
Ahora a cada instante hay que auto preguntarse: ¿Será verdad? Las respuestas más difíciles que fáciles hacen que se pierda la objetividad ante cualquier hecho o comportamiento. Lamentablemente no se puede andar desprevenido. Eso es historia.