Cuando Semana publicó los audios de una conversación que sostuvo Armado Benedetti con Laura Sarabia, los colombianos quedamos estupefactos. Que un hombre que por su investidura está llamado a dar ejemplo de buenos modales utilice un lenguaje tan vulgar deja mucho qué pensar. Quien en ese momento era el embajador en Venezuela utilizó palabras soeces para reclamarle que lo hubiera dejado tres horas esperando a que lo recibiera. Con ese lenguaje, le hizo saber que él fue el artífice del triunfo de Petro y de que ella fuera nombrada por Petro.
Los vocablos pronunciados por Benedetti mostraron a una persona indigna de ser embajadora. El exsenador no medía el efecto de sus palabras. El tono de la voz era el de un hombre dolido porque Laura Sarabia no lo había ayudado para que el presidente lo nombrara ministro de Gobierno o de Relaciones Exteriores. La trató de malas maneras, y llegó a decirle que si él hablaba sobre lo que sabía (que a la campaña entraron quince mil millones de pesos conseguidos por él) todos se irían para la cárcel. Argumentó que con sus revelaciones se caería el andamiaje político de Petro.
Esta salida en falso de quien tuvo a Sarabia como miembro de su unidad legislativa despertó críticas. Un hombre público debe tener un comportamiento ejemplar. Ese lenguaje virulento, propio de personas sin ninguna formación intelectual, muestra a un individuo arrogante. Benedetti no pensó, antes de decirle que era una h.p., en lo que se le vendría. El airado personaje se reveló como un misógino. Si ese trato le da a una mujer que ostenta poder, ¿cómo actuará con la gente del montón? Sería bueno que aquellas mujeres que han sido maltratadas por este señor lo denunciaran.
Los colombianos llegamos a pensar que los improperios de Armando Benedetti contra Laura Sarabia eran producto de un mal momento vivido por el político costeño. Pero no es así. Su intemperancia verbal no es solo contra quien él cree que está obligada por su anterior relación laboral a atenderlo. Diana Saray, periodista de Caracol, reveló que en una entrevista que le hacía sobre el interés de su hermano en una licitación del Gobierno para la compra de tres helicópteros por el Gobierno se dedicó a tratarla mal. Al escuchar sus insultos tomó una decisión: grabarlo. Los colombianos escuchamos, atónitos, la ordinariez con que habla.
Ahora ha salido a la luz pública el último escándalo protagonizado por Armando Benedetti. Sucedió en Madrid. Lo reveló Gustavo Gómez en el noticiero del 23 de julio. El embajador ante la FAO protagonizó un hecho bochornoso en el edificio donde vive su familia. Agredió de palabra a su esposa. Un miembro de la familia de ella le dijo al periodista que fue un episodio violento. La maltrató de palabra, y con un cuchillo procedió a dañarle su ropa. Los vecinos que llamaron a la policía madrileña para denunciar el hecho dijeron que las palabras que profería contra ella eran procaces. Una actitud que deja por el piso su honorabilidad.
Benedetti es indigno de ser el representante de Colombia ante cualquier país. Tiene investigaciones abiertas en la Corte Suprema, motivo para que Gustavo Petro no lo nombrara en el servicio exterior. Es un funcionario que no tiene un lenguaje conciliador. Su vocabulario produce vergüenza. Queda muy mal Colombia con un embajador que atropella con la palabra a las mujeres. ¿Qué espera el presidente para destituirlo? Insultar a una mujer se considera violencia de género.