¿Se dio cuenta, hermano? Y usted que no creía que el Once Caldas se pudiera coronar campeón de un torneo continental. Pero ahí está, en el curubito, recibiendo ovaciones de su hinchada, apuntalado en el fútbol suramericano como el mejor, recogiendo lo que sembró durante toda la Copa. ¿Que cómo llegó al título? Eso usted lo sabe muy bien, hermano: jugando como los dioses, con Henao tapando esos tiros penal que uno cree que van a llegar al fondo de la red, con Valentierra haciendo jugadas de asombro, con Viáfara pateando el balón desde la distancia. Se lo repito, hermano, el equipo se entregó con todo en la cancha. Era sino ver el sudor de esos muchachos persiguiendo el esférico, y esa preocupación del profe Montoya cuando perdían el balón.
Y usted, hermano, era un incrédulo. ¿Recuerda ese gol de Agudelo en el que el hombrecito frenó en seco para esquivar el asedio del rival? ¿Que en qué partido? Pues en ese que jugó en el Palogrande contra Sao Paulo de Brasil. Mire hermano, ese gol fue de antología, de esos que nunca se repiten ¿Sabe por qué? Porque el hombrecito tuvo la inteligencia para engañar al jugador que lo asediaba y en ese momento sale el arquero y, ¡pum!, Agudelo logra meter la pelota al fondo de la red.
¡Uyyy... hermano!, ese gol me hizo llorar. Es que mire: en ese minuto 44 todo estaba perdido para nosotros. Y de repente aparece el hombrecito con la pelota y en una jugada magistral mete el gol que necesitábamos. Eso fue de infarto, hermano. Si usted no lo vio fue porque estaba entretenido en otra cosa. Pa′ que le digo, hermano, pero llevo tres días celebrando. Cuando Viáfara metió el gol a los siete minutos del primer tiempo el estadio se estremeció. Eso fue como un huracán. Todo el mundo gritó: “¡Once! ¡Once!”. Esa fue la cuota inicial de la copa. ¿Se imagina usted un estadio llenó hasta las banderas sufriendo por su equipo del alma? Pues le cuento que ese gol puso a mucha gente a llorar. Mire, al lado mío había una sardina como de quince años, hermosa ella, pa′ qué, con un bluyín ajustado al cuerpo, linda. ¿Y qué pasa? Que yo por mirarla casi me quedo sin ver ese gol. ¡Uyyy!... lo que me hubiera perdido. Pero Diosito es muy grande, y no sé por qué en ese momento volví la vista allá, al gramado, donde los 22 hombres peleaban por la pelota. Ahí fue cuando grité: ¡Gracias, Diosito lindo!
¿Que qué veo en ese momento? Pues nada más y nada menos que al negrito ese, Viáfara, cuando desde la media cancha dispara esa pelota. Yo desde que vi la forma cómo la patió dije: eso es gol. Fue como un sueño. El balón se elevó y todo el mundo quedó como hipnotizado, pa′que le cuento. Si hasta el mismo arquero del Boca, el Abbondanzieri ese, quedó como petrificado. ¡Claro!, sólo vio cuando el balón llegaba al arco y no tuvo tiempo de reaccionar. Cuando lo hizo ya era tarde porque la pelota ya estaba entre los tres palos, sí, hermano, así como se lo cuento. Yo vi la tristeza de ese man cuando el esférico entró en el arco. El hombrecito quedó como atontado, no era para menos. Un gol de esos nunca se lo habían hecho.
¿Quiere que le siga contando? Vea, hermano, antes de iniciarse el segundo tiempo todos estábamos seguros de que el triunfo era del blanco. Fue que hubo más dominio de la pelota y más llegadas al arco contrario. Pero ese gol de Burdossi en el minuto siete nos dolió en el alma. Fue como una bofetada, hermano, si usted lo hubiera visto. El estadio se entristeció, así como se lo digo.
Todo era caras largas, tristeza, desolación. De ahí en adelante los 40 mil aficionados esperando el otro gol, el que definiría al campeón. Y nosotros espere, y espere, pero nada. Después del minuto 40 comenzó el desespero, esa sensación que le carcome a uno todo el cuerpo. Cuando el árbitro pitó el minuto final nos resignamos a lo que pasara desde los doce pasos. De la que se perdió por no ir al estadio, hermano. Mire no más le cuento: el cobro de los tiros penal, o penaltis como dicen, fue un sufrimiento. Así como se lo digo.
Cuando Valentierra botó el suyo todos pensamos: esto se perdió. Pero mi Dios es muy grande. Y llega el jugador del Boca, Schiavi, y también lo bota. Ahí, en ese instante, pa′que se lo niego, todo cambió. Vimos que el equipo xeneize era vulnerable. Pero cuando Agudelo mete ese gol vibramos todos. Y después, cuando Henao tapa el tiro, nos volvió el alma al cuerpo. No le miento, hermano, en ese momento yo supe lo que es la gloria. Eso era para celebrar, se lo juro. La gente estaba como enloquecida. Hasta ahí le cuento, hermano, porque yo no sé qué pasó después conmigo.