Cada cuatro años el mundo observa las elecciones de Estados Unidos. Y si bien este gigante no domina toda la política internacional, su peso es tan colosal que hasta los países más distantes sienten las ondas de sus decisiones. Colombia, con una relación profunda y compleja con EE. UU. está en una posición singular: la elección de su próximo presidente tendrá consecuencias directas. Las visiones de los candidatos hacia Colombia difieren en matices y profundidad, prometiendo escenarios distintos.
Con Donald Trump, nuevamente en el poder, Colombia podría enfrentarse a una renovada versión del discurso “América Primero”, un enfoque que en sus primeros cuatro años tuvo profundas implicaciones en la relación bilateral. Trump promete endurecer las políticas migratorias, y aunque podría no afectar directamente a Colombia, la reducción de fondos para cooperación internacional podría ser perjudicial. Es probable que disminuyan los programas de ayuda destinados a fortalecer las instituciones democráticas y combatir el narcotráfico. En cuanto a seguridad, Trump es claro: la guerra contra el narcotráfico debe intensificarse. Probablemente veríamos más presión sobre Colombia. Una presidencia republicana también podría reactivar la presión para que Colombia adopte una postura más firme contra el régimen venezolano. La línea dura en política exterior, característica del ala republicana, buscaría un aislamiento diplomático mayor de Caracas, lo que podría situar a Colombia en una posición de tensión, especialmente si el Gobierno colombiano continúa en su política de diálogo con Venezuela.
Si Kamala Harris se convierte en la primera presidenta de Estados Unidos, el panorama cambia considerablemente. Trae consigo una visión que se inclina hacia el multilateralismo y los derechos humanos, ambos de gran relevancia para Colombia. Es probable que veamos un aumento en los programas de cooperación enfocados en el desarrollo social, la paz y los derechos humanos. La implementación del acuerdo de paz, el fortalecimiento de las instituciones judiciales y la protección de líderes sociales podrían verse beneficiados con un mayor respaldo internacional. Harris ha mostrado compromiso con la agenda ambiental y el combate al cambio climático, lo cual llevaría a EE.UU. a promover acuerdos comerciales que incluyan estrictos compromisos en esta área. Sin embargo, también implicaría que el país adopte medidas más severas contra la explotación de recursos, lo cual podría afectar a sectores dependientes de actividades extractivas.
La seguridad, para Harris, no es solo una cuestión de combate militar, también es de desarrollo social y oportunidades. Es probable que su enfoque hacia la cooperación en la lucha contra el narcotráfico sea menos militarista y más orientado a la construcción de soluciones integrales que atiendan las causas de fondo. Este cambio podría representar una presión menor para las economías ilegales de las cuales dependen no solo los pequeños cultivadores de la hoja de coca, sino los grandes carteles de la droga.
Cada candidato ofrece un futuro distinto para Colombia. Con Trump, el país podría enfrentar una relación de presión en seguridad y economía, con oportunidades a corto plazo, pero con un alto imposible de calcular en términos de cooperación y sostenibilidad. Con Harris, se abre un camino hacia un apoyo más humanitario y ambiental, aunque con mayores exigencias en derechos humanos y políticas sostenibles. Ambos traen oportunidades y desafíos, y en última instancia, es responsabilidad de Colombia saber navegar en la relación con EE.UU., aprovechando lo que cada alianza tiene para ofrecer sin perder de vista sus propios intereses y principios fundamentales.